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jueves, marzo 10, 2011

PRI: Reencontrar el Rumbo

El PRI perdió la confianza de los mexicanos y el primer paso para recobrarla es lograr algo fundamental: ganar la confianza de sus militantes.

Sin ésta, no podrá jamás tener la de la mayoría de los mexicanos. Las elecciones no se ganan sólo con el voto de los priistas, sino con el sufragio de la mayoría de los ciudadanos que depositan su voto y su confianza por un candidato, por un partido y a determinar un rumbo y un destino para una comunidad, un estado o la República misma.

Los priistas deben determinar, libre y abiertamente, qué tipo de partido, de principios, de estatutos y de dirigentes desean tener. Deben discutir en forma amplia y libérrima acerca de estos asuntos. De esto dependerá lo que el pueblo diga, resuelva y haga con el partido. En mi opinión, la gran tarea pendiente del Partido Revolucionario Institucional radica en asumir las causas del pueblo como causas propias; ser vocero, mandatario de los mexicanos, serlo, a fondo y de veras, en cada instancia de gobierno y frente a cada una de ellas.

Los priistas se encuentran ante la oportunidad histórica de hacer realidad su compromiso con el nacionalismo, la soberanía, la libertad, la democracia y la justicia social.

El PRI está ante la coyuntura de convertirse en un verdadero partido político, en uno realmente democrático. La democracia no se agota en los procesos electorales. Esta es una frase que debe hacerse realidad en la vida cotidiana del partido. Hoy, las candidaturas y los cargos de dirigencia partidista deben ser de quienes los priistas decidan mediante su voto libre, directo y secreto. No más cargadas. No más decisiones “in pectore”.

Los priistas deben escuchar el sentir del pueblo, sus anhelos, sus agobios y desesperanzas. El político no sólo debe ver la superficie, sino la profundidad de los problemas. Pero ante todo, el político debe escuchar a sus compañeros de partido, a sus correligionarios, a sus partidarios. Escuchar sus razones, sus objeciones y sus lamentos. Escucharlos de veras, no como acto demagógico. Luego, debe cumplir sus promesas, hacer todo lo posible y necesario para cumplirlas a cabalidad.

En este sentido, pregunto y me pregunto: ¿puede el PRI ganar las elecciones en Colima en el 2003? Mi respuesta es sencilla y directa: si se siguen manejando como lo han hecho hasta hoy, no tienen ninguna probabilidad real de retener el control del congreso, la gubernatura y la mayoría de los ayuntamientos. Para ganar, los priistas requieren hacer lo que no están acostumbrados a reconocer: que la gente está harta de mentiras y engaños y que la única manera de enfrentar el siguiente proceso es mediante una política de alianzas y de acercamiento con la sociedad.

Las alianzas presuponen la existencia de divergencias entre grupos, con metas comunes para quienes se alían esperando mejores resultados actuando juntos que por separado. Por eso, cuando se habla de alianzas debemos preguntarnos: ¿para qué aliarnos?, ¿con quiénes?, ¿con qué resultados concretos para cada grupo?, ¿bajo qué estrategia?, ¿con qué recursos humanos, técnicos y financieros?

Las alianzas implican los riesgos de que los aliados, al lograr su meta, traten de subsumir al antiguo aliado. Este es el arte del político: mediar, concertar satisfacer a los actores, suavizar la posición de los contrarios. De esos políticos hay pocos en Colima, pero a raíz de la orfandad priista, ese oficio es cada día más solicitado y sus iniciados son más aplicados, aunque algunos aún se trompiezan –así, derivado de trompa– a cada declaración hecha a los medios.

Entre las alianzas destacan las que necesariamente deben ocurrir al interior del partido. No obstante, antes se deberá responder a estas preguntas: ¿cuál es la oferta política?, ¿para qué la alianza? Porque es más fácil hallar convergencias entre algunos priistas con los panistas y perredistas, antes que con los mismos “tricolores”.

En este sentido, los dirigentes priistas no han demostrado capacidad ni oficio para conducir al partido en los difíciles momentos actuales, porque en vez de propiciar el diálogo y de escuchar a sus correligionarios, suelen descalificarlos, antes que analizar la verdad de sus dichos. Buscan satanizar a quienes expresan libremente su opinión y las pruebas las tenemos con las declaraciones de Jesús Orozco Alfaro y Armando González Manzo, por citar sólo dos casos.

Es necesario que en el PRI se haga el examen crítico de estos problemas, así como de la conducta del partido frente a ellos, como lo hacemos hoy.

Por eso, debemos escuchar la voz de los priistas que dejan el aplauso en receso para poner en juego la reflexión. Lo que aquí se diga en voz alta no hace sino reproducir, en mayor o menor medida, lo que dicen los militantes siempre y en todas partes, en voz baja o a media voz. Ellos esperan que su partido reconozca y asuma sus necesidades y problemas y promueva y lleve a cabo las soluciones requeridas. En fin, esperan que haga lo que debe hacer un partido político con principios claros, compromisos ciertos y voluntad resuelta.

Quienes participamos en este género de reuniones, no podemos pretender que nuestros diagnósticos y propuestas prevalezcan a toda costa. Ni querer que unos dogmas, nuevos o viejos, ocupen el lugar que ocupan otros dogmas, aparentemente nuevos, pero en realidad antiguos. Debemos aspirar, en cambio, a que no haya dogmas de ningún género y a que nuestros puntos de vista se oigan y se escuchen, se analicen y se debatan en la honrada reflexión de nuestros correligionarios.

Ahora bien, sería lamentable que esos esfuerzos de buena fe sólo sirvieran para satisfacer una formalidad y luego quedaran en palabras que se lleva el viento, o en ponencias y más ponencias, miles de ponencias, que duermen la siesta en los archivos, antes de agotar su recorrido en el incinerador.

Están a la vista las próximas elecciones. También lo están las próximas generaciones. No se trata de ganar aquéllas a cambio de perder éstas. Un partido político debe advertir que el futuro es uno solo, desarrollado en dos episodios: el de los comicios llega primero. Si el PRI lo sortea con acierto, podrá asumir el siguiente, a título de protagonista, no de opositor.

La única forma de hacer ambas cosas es oír, atender, secundar las exigencias del pueblo; hacer de ellas bandera de partido y de gobierno. Si el partido asume esa determinación desde ahora podría colocarse en el rumbo debido para emprender la dura prueba que afrontará en 2003.

Finalmente, sólo quiero recordar un hecho real, concreto, los adversarios están fuera, frente a nosotros, no dentro del PRI ni a nuestro lado. No echemos a quienes están de nuestro lado, sólo por pensar distinto a quienes hoy detentan el poder. No volvamos a cometer ese error. El costo sería altísimo.

Estas, y muchas otras más, fueron las palabras que pronuncié en mi intervención en el seno del Consejo Político del PRI en junio de 2001, hace casi 10 años ya. Su actualidad y pertinencia está en función del destino del PRI que dirige ahora Humberto Moreira.

Por entonces era Director de Asuntos Políticos del Gobierno del Estado y miembro del Consejo Político Estatal del PRI y escribía, como hoy, en Ecos de la Costa.

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