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martes, julio 17, 2018

El Nuevo Rumbo (Segunda parte y final)




Hoy, los priistas nos dolemos de políticas económicas cuya aplicación laceró al país y ensombreció sus días: de ellas procede ese inmenso contingente de mexicanos en pobreza extrema, es decir, en franca y dolorosa miseria.
Son millones, no sólo un puñado. Ayer, nos avergonzaba impulsar la pretensión de justicia social y hoy nos dolemos de haberla abandonado y sustituido por un catálogo aséptico de medidas administrativas que nos condujeron a esta pesadilla.
Nos dolemos también del olvido de una Revolución popular en aras de programas, acciones, metas y lineamientos carentes de espíritu y también de cuerpo. De todo eso, y más, nos dolemos hoy. Por todo eso, y más, debemos repensar a Colima y rehacer su camino y su destino.
Los asuntos a tratar son numerosos y apremiantes. Cada uno constituye un paso adelante en la ardua tarea de repensar al PRI.
No es fácil, y hasta sería arbitrario, colocar algún tema en primer término y los otros después, como asuntos aplazables o secundarios.
Los mayores temas de Colima poseen una extraña virtud: todos son principales e impostergables. Urgen y tocan a nuestra puerta. Si no hay respuesta, la derribarán. Por eso debemos abordarlos en haz: todos de una vez.
Ahora bien, ¿cómo hacerlo si no hemos hecho, previamente, ese ejercicio de reflexión para definir cómo queremos ser y hacia dónde nos debemos dirigir? No basta con enunciar con quién o dónde nos debemos afiliar.
En este contexto, abramos la discusión sobre el tema del estado, de nuestro Estado. Ese debe ser el orden del día, y ese debe ser el orden de los temas en estos días.
Antes de poner en unas manos el Partido, debemos poner en las manos de todos, la decisión sobre el destino de este Partido. Es decir, antes de elegir a una persona debemos repensar a Colima y al Partido que deseamos tener, construir a partir de ya.
Luego se entregará la estafeta, con un mandato preciso: recobrar el rumbo perdido, reencontrarnos con la sociedad y devolverle al Partido su condición de mayoritario. 
Sólo así tendremos un Partido con rumbo, aprovisionado con el ánimo, el espíritu y el mandato de todos.
Sólo así contaremos con los instrumentos para mover las fuerzas del estado. Me pregunto y pregunto: ¿no es esto cuanto deseamos, cada vez con mayor anhelo y con más urgente necesidad? ¿Cómo podemos contribuir a este gran esfuerzo de reflexión para repensar a Colima y redefinir al PRI? 
Desde mi punto de vista, la única manera de hacerlo exitosamente es con la aceptación de la responsabilidad tenida en la debacle del uno de julio, porque cada uno, desde nuestro nivel de participación y responsabilidad, estamos obligados a asumir la parte correspondiente por la pérdida catastrófica, aunque previsible, sufrida en los idus de julio.
Cada uno debemos asumir las culpas y las consecuencias de éstas. Debemos rechazar responsabilidades colectivas y automáticas. Ni se ajustan a la realidad,  ni son justas para todos.
Así, quienes fueron responsables de la conducción partidista deben hacerse a un lado para dejar a otros la tarea de guiar al partido en su nueva etapa. Esta es una acción insoslayable. Poco aportan al partido quienes ya demostraron ser ineficientes dirigentes o malos candidatos. 
No se trata de huir, ni de rehuir responsabilidades; por el contrario, se trata de dejar en absoluta libertad a la nueva dirigencia para asignar responsabilidades a quienes puedan desempeñarlas de manera eficiente.
En estas horas aciagas, hay algo que los priistas debemos hacer, algunos quizá por primera vez en su vida partidista:  debatir. Pero debemos hacerlo bien, porque el debate es el mejor instrumento que tenemos para construir democráticamente el Colima y el PRI deseado por todos. Así, es, no hay duda.
En esencia, democracia es opinión. Sin ésta no hay aquella. Y la opinión toma su fuerza, se tensa, se pone a prueba, en el debate que enciende a la sociedad. En la confrontación de las ideas, a la luz del sol veraniego, con viveza, sin temor, sin línea, hallamos el rumbo deseado.
En términos claros: El debate es el conducto para llegar a la verdad, a la que tantos temen tanto. Es el método del entendimiento. Es el cauce de la inteligencia. Porque el debate es pasión, sí, pero también es inteligencia.
Debate es, por supuesto, un diálogo eficaz. En él se enfrentan y se concilian los intereses y las intenciones. No es una sucesión de monólogos, ni la expresión de un coro que acompaña el tono mayor de alguna voz. Quienes piensan y hablan a coro, no debaten: secundan. Quien domina todas las voces, tampoco debate: condiciona el futuro.
Hasta hoy, muchos priistas han rehuido el debate, porque suelen esperar el tono de la voz mayor para no desafinar en el coro. Pero hoy, el debate no solo es necesario, es el imprescindible elemento que nos permite escuchar a todas las voces. A todas.
En la democracia, el debate es un instrumento formidable, pues la decisión se adopta tras el juego de las opiniones; no antes, ni por encima, ni pese a él. El debate es el espacio natural para la creación de democracia, porque en el conflicto, en la exposición de ideas distintas y hasta opuestas, está el gen de la democracia.
Por ello, debemos respetar las voces que debaten. Estamos obligados a oírlas, animarlas y a   atenderlas. Este género de controversias previene contra las otras formas de mostrar la discrepancia: las que inician en el disenso y terminan en el conflicto; las que usan la amargura en vez de la esperanza; las que emplean la violencia en vez de la razón.
Cualquier lugar es trinchera cuando la lucha es justa. Ofrezco contribuir con mis opiniones y mis actos a la creación de esta nueva sociedad y este nuevo Partido, anhelo de todos.
Por estas y otras razones, me congratula compartir estas reflexiones con ustedes, justo cuando es momento de reasumir el nacionalismo revolucionario, subyacente en el cimiento del PRI. Reasumirlo con éste o con otro nombre, pero siempre con su espíritu genuino. No sugiero desandar el camino recorrido. Eso sería imposible y, además, absurdo. Sólo propongo recuperarlo y continuarlo.
Compañeras y compañeros: pongámonos de nuevo en movimiento, pero hagámoslo sin estridencia ni demagogia, sin encono ni violencia: únicamente con propósito resuelto de libertad, de justicia y de recuperar la grandeza de nuestra Partido.
Sólo así podremos volver a tener un Partido fuerte, consolidado, capaz de navegar con éxito en las procelosas aguas de este milenio.
Es cierto: la obligación de cambiar produce en muchos priistas temores e incertidumbre y hace aflorar tensiones, resistencias e intereses contrapuestos. No importa.
Encaremos los retos con ánimo decidido. Hagámoslo por lealtad y respeto a nuestra historia y a nosotros mismos.
Perfeccionemos nuestra vida política interna.
Seamos un partido realmente abierto en una sociedad abierta.
Construyamos una organización con vocación para la libertad, la democracia, la pluralidad y la justicia social.
Hagámoslo por el bien de Colima.

lunes, julio 16, 2018

El nuevo rumbo...Primera de dos partes



Compañeras y compañeros priistas:
Me dirijo a ustedes con sumo respeto –y espero también hacerlo con prudencia– como lo demandan los tiempos y lo exige mi convicción personal.
Tras el uno de julio, vimos a millones de militantes y simpatizantes extrañados, devastados por la debacle. Todo tiene una explicación y más esta derrota.
Ayer, los priistas festejamos las glorias macroeconómicas y las miserias microeconómicas. Padecimos el orgullo tecnócrata por la buena marcha de la macroeconomía, por rescatar el sistema bancario, por privatizar Telmex y otras empresas productivas, para abrir indiscriminadamente las fronteras a la importación y acabar con nuestros industriales y agroproductores.
Aplaudimos porque se acabó el populismo y se cancelaron políticas destinadas a apoyar a los más necesitados. Nos regocijamos cuando llegaron Carlos Salinas, Pedro Aspe, Ernesto Zedillo, Angel Gurría, “el ángel de la dependencia”, Santiago Levi, Herminio Blanco, Luis Videgaray, José Antonio Meade y José Antonio González, entre otros, para convencernos de abrir nuestras fronteras. Los priistas apoyamos con entusiasmo proyectos y programas alguna vez tildados de reaccionarios.
En dos ocasiones perdimos la presidencia de la república, pero supimos armarnos de la periferia al centro y en 2012 recuperamos la presidencia de la república. Tuvimos un triunfo arrollador, entonces.
Esa victoria nos hizo mucho daño: cometimos los peores errores de nuestra historia. La corrupción fue lo que distinguió al gobierno de Enrique Peña Nieto. Nunca como en esos seis años, tantos se llevaron tanto.
La euforia del triunfo nos impidió ver lo que ocurría en nuestro entorno, o peor aún, no quisimos verlo.
Pocas voces se alzaron entonces para protestar, pero la inmensa mayoría de los priistas apechugamos y callamos. Hoy pagamos las consecuencias.
Es tiempo de cambiar Todos hablamos de cambios. Como ya se ha dicho, todo cambia. Cambió Colima. Cambiamos los mexicanos. Pero es preciso cambiar donde debe hacerse: en el fondo de las cosas. Ahí se requiere el cambio, porque ahí se halla la raíz de los problemas. No sigamos la vieja tradición de los cambios gatopardianos, no cambiemos sólo en la superficie. No tengamos miedo al cambio. Hagámoslo nuestro.

En nuestra historia ha habido confusiones, vacilaciones, retrocesos. Los priistas hemos sido responsables de esto, por acción o por omisión; y hemos pagado el precio de la obsecuencia o del silencio. Es un alto precio: ayer fue la vergüenza; hoy, además, la derrota.
Como dice mi padre, y dice bien, sólo hay un corto trecho del silencio en las palabras, al silencio en la conducta. ¿Cuánto tiempo lleva recorrer ese trecho? Y cuando se recorre, ¿qué nos queda? ¿Sólo la ignominia? No pienso así.
En las raíces del partido se hallan las razones de su persistencia y fortaleza. El PRI es un partido histórico: legatario y transmisor de las mejores causas populares.
Lo es, pese a sus errores y tropiezos. Lo es, por encima de las claudicaciones y los atropellos de sus militantes, por quienes no debemos responder todos, ni estamos dispuestos a hacerlo.
Tras haber perdido la presidencia de la república, la mayoría absoluta en el Senado y la Cámara de Diputados, y haber sido barridos en varios estados de la república, han surgido grandes polémicas. Si nos sobresaltan las ventiladas en los medios, no nos inquietan menos las surgidas en la conciencia de los priistas. Eso lo sabemos perfectamente, aunque muchos no lo digan en voz alta. Ninguno deja de interrogarse sobre la suerte futura de su partido.
No hay quien no se alarme por el constante egreso de correligionarios: unos decepcionados, iracundos otros. El clamor se incrementa cada día. Los priistas ya no deseamos apechugar con los errores cometidos por gobernantes, dirigentes y candidatos y tampoco deseamos guardar silencio.
Vivimos con el corazón encogido, porque desconocemos el destino de nuestro Partido. ¿Cómo confiar ahora en quienes ya demostraron con suficiencia su incapacidad para llevar al PRI a puerto seguro?
Las ambiciones andan sueltas. Cada quien tiene la suya y la agita como bandera al viento. Pero la disputa es, debe serlo, por la nación y por el partido, no por sus restos.
Hace 20 años, en la tribuna del Consejo Político estatal, hablé de la necesidad de construir un verdadero partido; para lograrlo, dije, requeríamos avanzar en seis puntos, dos de ellos indispensables: solvencia económica y libertad real para elegir dirigentes y candidatos a todos los cargos de elección popular.
No lo hicimos así y los resultados están a la vista. Hoy, las premisas tienen mayor vigencia y urgencia. Hay un evidente vacío de poder en el PRI y vamos hacia un abismo.
Oigo a mis conciudadanos, a mis amigos, preguntarse por el destino inmediato de esta embarcación navegante en aguas inciertas. No es una travesía sencilla ni hay claridad en el rumbo. Pero es preciso seguir adelante. Sin embargo, surge una pregunta: ¿hacia dónde?
Porque es tiempo de precisar rumbo y destino y después, elegir al capitán para conducir la nave. Es una tarea compleja, pero hay capacidad, valor y talento en muchos priistas, como para cumplirla con éxito.
Circulan muchos nombres. Cada uno llena la imaginación, el corazón y la inteligencia de un grupo de priistas. Los postulantes se han echado a la calle y con ellos comienza el desfile de sus seguidores, quienes ya tienen banderas particulares, a falta de grandes banderas generales. Son desfiles arriesgados en horas de peligro. Pero así están las cosas. Esos abanderados tempranos ya nos han dicho sus propósitos. Sí, ellos quieren, quieren, quieren.
Por lo pronto, querer es todo. Y quieren ser investidos. O, dicho de otra forma: quieren el poder; ansían el poder del partido. Quieren el mando, el liderazgo. El poder a puños.
No importa quién quiera ser el presidente del partido, tanto a nivel nacional como local; necesitamos saber para qué quiere dirigirlo, con qué proyecto, hacia qué horizonte. Lo necesitamos para saber si sus propuestas coinciden con las nuestras, o si son mejores. Por lo pronto, hoy, no tenemos certeza de qué quieren quienes tanto quieren.
En el gran vacío provocado por la derrota del uno de julio, afloraron muchas ambiciones y ahora debemos oír las propuestas. ¿O acaso deseamos permanecer en la discreción y el silencio mantenidos durante tantos años?
Difícilmente sucederá tal cosa. Por eso necesitamos saber qué quieren hacer con el Partido, a qué dedicarán el poder anhelado y en qué invertirán el apoyo solicitado. Así sabremos qué quieren hacer ellos y qué podemos, y debemos, exigir nosotros.
El uno de julio nos dejó una tarea impostergable: repensar a Colima y repensar al PRI. Repensar quiere decir pensar de nuevo, para descubrir a la nación y formular el plan de viaje de los priistas. Después, debemos ir en esa dirección, en forma enérgica y resuelta.
Debemos hacerlo porque la derrota se impuso y la militancia exige soluciones: ni ambiciones, ni dogmas, ni espejismos.