Compañeras y compañeros priistas:
Me dirijo a ustedes con sumo respeto –y espero también hacerlo con
prudencia– como lo demandan los tiempos y lo exige mi convicción personal.
Tras el uno de julio, vimos a millones de militantes y
simpatizantes extrañados, devastados por la debacle. Todo tiene una explicación
y más esta derrota.
Ayer, los priistas festejamos las glorias macroeconómicas y las
miserias microeconómicas. Padecimos el orgullo tecnócrata por la buena marcha
de la macroeconomía, por rescatar el sistema bancario, por privatizar Telmex y
otras empresas productivas, para abrir indiscriminadamente las fronteras a la
importación y acabar con nuestros industriales y agroproductores.
Aplaudimos porque se acabó el populismo y se cancelaron políticas
destinadas a apoyar a los más necesitados. Nos regocijamos cuando llegaron
Carlos Salinas, Pedro Aspe, Ernesto Zedillo, Angel Gurría, “el ángel de la
dependencia”, Santiago Levi, Herminio Blanco, Luis Videgaray, José Antonio
Meade y José Antonio González, entre otros, para convencernos de abrir nuestras
fronteras. Los priistas apoyamos con entusiasmo proyectos y programas alguna
vez tildados de reaccionarios.
En dos ocasiones perdimos la presidencia de la república, pero
supimos armarnos de la periferia al centro y en 2012 recuperamos la presidencia
de la república. Tuvimos un triunfo arrollador, entonces.
Esa victoria nos hizo mucho daño: cometimos los peores errores de
nuestra historia. La corrupción fue lo que distinguió al gobierno de Enrique
Peña Nieto. Nunca como en esos seis años, tantos se llevaron tanto.
La euforia del triunfo nos impidió ver lo que ocurría en nuestro
entorno, o peor aún, no quisimos verlo.
Pocas voces se alzaron entonces para protestar, pero la inmensa
mayoría de los priistas apechugamos y callamos. Hoy pagamos las consecuencias.
Es tiempo de cambiar Todos hablamos de cambios. Como ya se ha
dicho, todo cambia. Cambió Colima. Cambiamos los mexicanos. Pero es preciso
cambiar donde debe hacerse: en el fondo de las cosas. Ahí se requiere el
cambio, porque ahí se halla la raíz de los problemas. No sigamos la vieja
tradición de los cambios gatopardianos, no cambiemos sólo en la superficie. No
tengamos miedo al cambio. Hagámoslo nuestro.
En nuestra historia ha habido confusiones, vacilaciones,
retrocesos. Los priistas hemos sido responsables de esto, por acción o por
omisión; y hemos pagado el precio de la obsecuencia o del silencio. Es un alto
precio: ayer fue la vergüenza; hoy, además, la derrota.
Como dice mi padre, y dice bien, sólo hay un corto trecho del
silencio en las palabras, al silencio en la conducta. ¿Cuánto tiempo lleva
recorrer ese trecho? Y cuando se recorre, ¿qué nos queda? ¿Sólo la ignominia?
No pienso así.
En las raíces del partido se hallan las razones de su persistencia
y fortaleza. El PRI es un partido histórico: legatario y transmisor de las
mejores causas populares.
Lo es, pese a sus errores y tropiezos. Lo es, por encima de las
claudicaciones y los atropellos de sus militantes, por quienes no debemos
responder todos, ni estamos dispuestos a hacerlo.
Tras haber perdido la presidencia de la república, la mayoría
absoluta en el Senado y la Cámara de Diputados, y haber sido barridos en varios
estados de la república, han surgido grandes polémicas. Si nos sobresaltan las
ventiladas en los medios, no nos inquietan menos las surgidas en la conciencia
de los priistas. Eso lo sabemos perfectamente, aunque muchos no lo digan en voz
alta. Ninguno deja de interrogarse sobre la suerte futura de su partido.
No hay quien no se alarme por el constante egreso de correligionarios:
unos decepcionados, iracundos otros. El clamor se incrementa cada día. Los
priistas ya no deseamos apechugar con los errores cometidos por gobernantes,
dirigentes y candidatos y tampoco deseamos guardar silencio.
Vivimos con el corazón encogido, porque desconocemos el destino de
nuestro Partido. ¿Cómo confiar ahora en quienes ya demostraron con suficiencia
su incapacidad para llevar al PRI a puerto seguro?
Las ambiciones andan sueltas. Cada quien tiene la suya y la agita
como bandera al viento. Pero la disputa es, debe serlo, por la nación y por el
partido, no por sus restos.
Hace 20 años, en la tribuna del Consejo Político estatal, hablé de
la necesidad de construir un verdadero partido; para lograrlo, dije,
requeríamos avanzar en seis puntos, dos de ellos indispensables: solvencia
económica y libertad real para elegir dirigentes y candidatos a todos los
cargos de elección popular.
No lo hicimos así y los resultados están a la vista. Hoy, las
premisas tienen mayor vigencia y urgencia. Hay un evidente vacío de poder en el
PRI y vamos hacia un abismo.
Oigo a mis conciudadanos, a mis amigos, preguntarse por el destino
inmediato de esta embarcación navegante en aguas inciertas. No es una travesía
sencilla ni hay claridad en el rumbo. Pero es preciso seguir adelante. Sin
embargo, surge una pregunta: ¿hacia dónde?
Porque es tiempo de precisar rumbo y destino y después, elegir al
capitán para conducir la nave. Es una tarea compleja, pero hay capacidad, valor
y talento en muchos priistas, como para cumplirla con éxito.
Circulan muchos nombres. Cada uno llena la imaginación, el corazón
y la inteligencia de un grupo de priistas. Los postulantes se han echado a la
calle y con ellos comienza el desfile de sus seguidores, quienes ya tienen
banderas particulares, a falta de grandes banderas generales. Son desfiles
arriesgados en horas de peligro. Pero así están las cosas. Esos abanderados
tempranos ya nos han dicho sus propósitos. Sí, ellos quieren, quieren, quieren.
Por lo pronto, querer es todo. Y quieren ser investidos. O, dicho
de otra forma: quieren el poder; ansían el poder del partido. Quieren el mando,
el liderazgo. El poder a puños.
No importa quién quiera ser el presidente del partido, tanto a
nivel nacional como local; necesitamos saber para qué quiere dirigirlo, con qué
proyecto, hacia qué horizonte. Lo necesitamos para saber si sus propuestas
coinciden con las nuestras, o si son mejores. Por lo pronto, hoy, no tenemos
certeza de qué quieren quienes tanto quieren.
En el gran vacío provocado por la derrota del uno de julio,
afloraron muchas ambiciones y ahora debemos oír las propuestas. ¿O acaso
deseamos permanecer en la discreción y el silencio mantenidos durante tantos
años?
Difícilmente sucederá tal cosa. Por eso necesitamos saber qué
quieren hacer con el Partido, a qué dedicarán el poder anhelado y en qué
invertirán el apoyo solicitado. Así sabremos qué quieren hacer ellos y qué
podemos, y debemos, exigir nosotros.
El uno de julio nos dejó una tarea impostergable: repensar a Colima
y repensar al PRI. Repensar quiere decir pensar de nuevo, para descubrir a la
nación y formular el plan de viaje de los priistas. Después, debemos ir en esa
dirección, en forma enérgica y resuelta.
Debemos hacerlo porque la derrota se impuso y la militancia exige
soluciones: ni ambiciones, ni dogmas, ni espejismos.
1 comentario:
Me parece excelente éste comentario, aunque light; creo que lo que no escribiste, debe quedar sujeto a la conciencia de buenos y malos Priistas; el objetivo debe prevalecer por encima de ideologías e intereses de tantos mafiosos empoderados enquistados dentro del PRI y que por culpa de ellos, el pueblo repudia al partido. El cambio que propones que realmente sea radical...ya no elijan personas que no tengan integridad moral...ya no! Empezando con los dirigentes del partido; no me explico como habiendo tantos militantes honestos, hayan permitido que los dirigiera un hombre a todas luces corrupto... Todo el pueblo se enteró...sin embargo se dieron cuenta del error muy tarde, nombrando a otro dirigente. De que sirven los organismos revisores y de auditoría del más alto nivel? Si nunca fueron capaces de exponer a tantas ratas! Esos crasos errores, deben erradicarse para siempre. Te felicito Miguel, por estos comentarios que podrían crear conciencia profunda en el partido.
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