Muchos mexicanos -decenas de millones, tal vez- se enteraron de las controversiales imputaciones que panistas, priistas y perredistas, principalmente, se hicieron mutuamente en la tribuna de la cámara de diputados, antier.
No sé qué le haya parecido este acto a usted, pero a mí me pareció normal y, si me permite el término, hasta sano y bueno para el crecimiento de nuestra vida parlamentaria. Estoy convencido de que esta afirmación no es políticamente correcta y puede perturbar a quien lea estas líneas. Lo sé, pero así pienso y así lo escribo.
Mire usted: la normalidad democrática exige ciudadanos exigentes con la autoridad y, al mismo tiempo, responsables en el cumplimiento de sus obligaciones. En este proceso de evolución social, los gritos y sombrerazos, como los habidos antier, son parte casi obligada, por lo que no deberíamos sorprendernos, asustarnos o, peor aún, deberíamos dejar de reprobar en público lo que hacemos en privado, es decir, dejar de ser gazmoños.
Este asunto de los pactos, devenido en tremendo escándalo mediático, ha sido condenado por casi todos. Sin embargo, se ha dejado de evaluar el fin mismo del pacto: generar condiciones de gobernabilidad, establecer acuerdos que permitieran al gobierno federal la aprobación de sus propuestas enviadas al congreso. ¿Hay algo condenable en ello? ¿En algún país democrático del mundo se deja de negociar con la principal fuerza opositora al partido gobernante?
Las negociaciones, lo sabemos bien, tienen como fin lograr acuerdos que beneficien a las partes. Para ser exitosos, requieren ser de largo alcance y, sobre todo, dejar satisfechos a los participantes en ellos. El problema de los acuerdos son las famosas “patadas de salida”, es decir, las imposiciones o condiciones fijadas de manera unilateral cuando ya el acuerdo está firmado.
Mire usted: imagínese que va a comprar un auto usado y cuando ya entregó el dinero convenido y le están entregando las llaves, su contraparte le dice casi con desdén: ah, me olvidé de decirte que se deben varias multas en tránsito por haberme estacionado en lugar prohibido, ahí las pagas, al cabo no es tanto. Usted ya tiene las llaves en la mano y el otro el dinero. El auto es suyo y también las multas adeudadas. ¿Cómo se sentiría?
En este sentido, ¿de qué nos asombramos? ¿Por qué nos molesta o disgusta que el presidente del país, el panista FECAL, busque tener acuerdos con quienes tienen mayoría en la cámara de diputados? No hacerlo es un suicidio político. Más allá de sus deseos, de sus intenciones y de sus sueños, FECAL sabe que necesita al PRI para sacar cualquier proyecto que quiera. Su mayoría en la cámara de diputados es un valladar imposible de saltar.
Ahora bien, violentar los acuerdos, desconocerlos, negarlos o incumplirlos, tiene consecuencias. Eso lo sabemos todos. En este sentido, el Secretario de Gobernación hizo lo que debía hacer: renunciar a su militancia en el partido que incumplía un pacto que él promovió y signó como testigo. Fue una consecuencia natural y obligada, de supervivencia política, más que de congruencia personal.
Por otra parte, lo interesante del asunto es que todo este lío del acuerdo se haya empezado a mover a partir de que fueron dados a conocer los resultados de las encuestas donde FECAL perdió 13 puntos y su gobierno fue reprobado por los ciudadanos de este país.
Era evidente que desde la presidencia de la república se hicieron esfuerzos notables por sacar de los medios el tema de la reprobación ciudadana a la gestión del gobierno federal panista.
De igual manera, se trató de legitimar las alianzas con el PRD y Convergencia, ante el rechazo que dentro del PAN y del PRD, principalmente, se expresó a su consumación.
Aún hoy, panistas y perredistas prominentes, significativos, destacados en sus respectivos partidos, han señalado las debilidades, las incongruencias y las contradicciones que las alianzas producen en sus propios partidos y la confusión que generan en la sociedad.
Pena ajena da escuchar las justificaciones que dan algunos de los promoventes de estas alianzas, cuando hablan de su necesidad de llevarlas a cabo, so pena de convertirse en partiquinos, meros participantes testimoniales en los procesos electorales estatales.
En otras ocasiones he dicho que es el tiempo de hablar, de hacerlo de manera libérrima. ¿Entonces, de qué nos espantamos? Hace ya algún tiempo, el 8 de enero de 2009, publiqué lo siguiente: “En una democracia, el debate es un ejercicio necesario. Pero un debate de ideas, no de adjetivos, que ayude a la sociedad a comprender mejor los distintos puntos de vista y posicionamientos de los actores políticos.”
“No le demos vueltas, en toda sociedad que presuma de ser democrática, son bienvenidas la expresión de ideas diferentes, y hasta opuestas, porque se trata de construir entre todos una sociedad más crítica, más informada, más plural y más participativa y una forma de promover la participación es discutiendo públicamente los asuntos que competen a todos.” Fin de la cita.
Democracia es, fundamentalmente, opinión, mejor dicho: encuentro de opiniones y debemos recordar lo principal: de la diferencia de opiniones, del análisis de las diferencias de opinión nacen los acuerdos y sin acuerdos no hay gobernabilidad y sin ésta no hay, no puede haber, gobernanza.
Así que opinar es fundamental para la evolución social. Hagámoslo todos los días. TRES COMENTARIOS AL MARGEN
1. Juan Campos Cárdenas fue elegido Presidente de la Federación de Sociedades Cooperativas de Producción Pesquera (SCPP), Escameras y Tiburoneras del Estado de Colima, integrada por más de 30 cooperativas pesqueras y 500 pescadores de la entidad. Ojalá éste sea el primer paso para mejorar este sector productivo.
2. Si Noé hubiera poseído el don de adivinar el futuro, habría sin duda naufragado. Emile Cioran
3. La burla y el ridículo son, entre todas las injurias, las que menos se perdonan. Platón
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