“La Universidad de Colima tiene un raro encanto, nos hace a los universitarios vivir ocupados y preocupados por ella. Posee también un gran poder de atracción; es recuerdo y esperanza. Y en ella, por cierto, se hallan cifrados también muchos recuerdos y esperanzas del estado, de la región, de la nación misma; y estos sueños abarcan a quienes somos universitarios y a quienes no lo son.
Fernando Moreno Peña, asumió el gobierno de la universidad en un momento difícil, aunque a decir verdad, todos los momentos son difíciles en la Universidad de Colima: en torno hay siempre vientos merodeadores; aires codiciantes de la universidad. Por ello es preciso mantener la vigilia. Sólo así se la reserva. Servir a la universidad es, ante todo, vigilar. Fernando Moreno supo vigilar. Los vientos insidiosos no pudieron aprovechar parpadeo alguno por una simple y llana razón: nunca lo hubo.
Moreno Peña, escribí, asumió el "gobierno de la Universidad". En efecto, esta es una comunidad para la investigación y la docencia, una organización del saber, una república de la ciencia. Aunque pequeña, la universidad necesita una conducción prudente y firme, inteligente y resuelta. En ella existen, florecen, deliberan y hasta combaten todas las corrientes del pensamiento político, social, económico, estético, ético y moral. Así sucede donde prevalece el pensamiento libre.
Y es precisa y vital la existencia de libertad, toda la libertad, entraña esencial de la universidad. Sin aquélla, no hay verdadera universidad; sería, cuando más, una escuela o un taller o, en el último de los casos, un convento o monasterio. Pero también debe darse un hecho: la libertad de unos no debe impedir la libertad de otros. Lograr ambos aspectos caracteriza el buen gobierno de una nación y también el buen gobierno de una universidad.
A esto, entre otras cosas, se refieren quienes ponderan un producto de la administración de Moreno Peña: la paz existente en la universidad; éste es un buen legado. Pero la paz, por sí misma, es, en todo caso, un estado sospechoso. Hay de paz a paz. Una existe en la opresión o la indolencia; en la desesperanza o el abatimiento. Esa es una versión de la paz. La otra germina en el bullicio de las ideas, la creación cotidiana y en el trabajo riguroso y constante. Esa es la paz deseada: una paz de ojos abiertos y palabra sonante; una paz convertida en norma de vida y acción cotidiana.
Mucho ha ocurrido desde el momento mismo de su fundación: muchas luchas, muchas batallas contra el poder y una gran escisión en 1989. En estos años fue preciso enfrentar grandes y graves demandas; entre ellas, la legítima exigencia de educación superior planteada por un pueblo agobiado y anhelante. En este campo, la universidad asumió a cabalidad su papel y alentó a otras instancias para hacer lo mismo. No fue una labor sencilla; tampoco pudo ser grata, porque esa demanda tumultuosa es una legítima exigencia popular.
Nadie ignora ni niega el progreso habido en la investigación durante estos últimos años. Bajo el rectorado de Moreno Peña, Colima se convirtió, en un estupendo centro de investigación, clave para el desarrollo de la ciencia y la tecnología en la entidad, la región y hasta en el país, según reconoció el presidente Ernesto Zedillo en su visita del viernes pasado.
Entre los grandes aciertos de Moreno Peña como rector está el impulso dado al sistema de bibliotecas. No hay gran labor educativa sin el establecimiento de bibliotecas. Cada una es memoria puntual de la ciencia, estímulo y sugerencia. Las bibliotecas de hoy ya no están pobladas solamente de libros y revistas; otros documentos han entrado en ellas, y acaso acabarán por dominarlas, constituidos en caballos de Troya proporcionados por la cibernética.
Quien hoy recorre los campus universitarios observa los flamantes edificios donde se alojan extensas, hermosas y bien provistas bibliotecas. Son vivos testimonios de una inteligente acción universitaria. Su mayor orgullo está en la biblioteca de ciencias “Miguel de la Madrid Hurtado”, la primera donde los libros, poco más de cuatro mil, están un paso atrás de las computadoras, conectadas a Internet, y la posibilidad de acceder a una gran cantidad de discos compactos, muchos de ellos editados por la propia Universidad.
Universidad es investigación y docencia; pero también difusión de la cultura. Aquí se caminó bien y con diligencia. A la difusión artística se sumó la difusión científica. Una larga serie de trabajos distinguió a la Universidad de Colima durante los últimos años. ¿Quién puede ignorar la aportación en esta tarea del Museo de Historia Regional, la Pinacoteca Universitaria, el de Culturas Populares, el de Manzanillo y el de Nogueras?
La Universidad fue inaugurada en el verano de1940. Desde esos años primordiales, el campus ha visto aparecer decenas de nuevos edificios, donde se alojan los afanes de facultades, escuelas e institutos, centros de investigación, oficinas administrativas, servicios a la comunidad. Los poliderpotivos, la Torre de Rectoría y el Paraninfo deben sumarse a esta grandiosa tarea de crecimiento de la planta física universitaria.
Todo ello haría pensar a muchos en la conclusión del periodo de las grandes construcciones en la Universidad, o quizá en la disminución de su ritmo; no obstante, al parecer, existe la intención de levantar ahora nuevos edificios (entre ellos uno para el CEUNAPRO y otro para la subdirección de Publicaciones, como me fue informado), según anunció el propio rector, Carlos Salazar Silva, el viernes, durante la visita del presidente a la universidad.
En el ámbito de la docencia hubo novedades relevantes. Hoy, tiene más de 17 mil alumnos y ello es, como suele decirse, "un mundo de estudiantes". Difícilmente se podría encontrar en nuestro país una comunidad más intensa y concentrada; más bulliciosa y compleja; y tampoco sería fácil hallar una comunidad más alentadora: donde cada uno es su propia esperanza, y donde en todos y cada uno radica una buena parte de la esperanza de Colima y de México.
Por estas razones, la docencia debe hallarse al día. Pasó el tiempo de la inmovilidad de los planes y programas de estudio. El desarrollo se acelera, se precipita, abruma. Así debe marchar la docencia.
No voy más lejos en esta reflexión sobre un trabajo bien cumplido. Fue labor de millares de universitarios, encabezados por el rector Moreno Peña y acompañados por lúcidos, generosos catedráticos y los trabajadores de todo tipo de la Universidad. ¿Entonces, todo fue perfecto? ¿Nada quedó pendiente? La respuesta es obvia, porque cada periodo se justifica por los pasos adelante recorridos en el largo camino de la vida.
En mi concepto, la etapa regida por Fernando Moreno Peña cumplió su función histórica. Las "asignaturas pendientes" fueron mencionadas por el propio Moreno Peña en su último informe a la comunidad universitaria, en diciembre de 1996.
La Universidad ha iniciado una nueva etapa. Por supuesto: las únicas fronteras perceptibles entre los periodos de la vida son los linderos colocados por nosotros mismos, en ejercicio de alguna razonable convención. En rigor, no siempre existen estadios precisos con límites exactos capaces de permitirnos dividir la existencia y decir, como solemos hacerlo: aquí termina un capítulo de la historia y otro comienza. De alguna manera, cada nuevo capítulo es la consecuencia del anterior, sea admitido y celebrado por el sucesor o, por el contrario, reniegue de él y lo combata. El continuador y el impugnador tienen títulos de sucesión semejantes: se es rector y luego exrector. Esta es una ley insoslayable.
A poco más de un año de haber sido ungido como rector, Carlos Salazar Silva ya ensaya su propio camino al frente de la universidad. Ocupa la silla donde antes estuvieron Fernando Moreno Peña, Humberto Silva Ochoa, Alberto Herrera Carrillo, Ricardo Guzmán Nava y Angel Reyes Navarro, por mencionar sólo algunos. Cada uno intentó su propio camino; pero todos, a su manera, con su estilo personal y sus rasgos característicos, viajaron en la misma nave y anhelaron el mismo rumbo esencial. Pero nadie, absolutamente nadie, puede desmentir un hecho: en los últimos 17 años esta universidad mantuvo un crecimiento y una transformación impresionantes.
Todo viaje fundamental implica, exige, supone, cierta teoría. En ella se fija el destino y con ella se explica y justifica el itinerario. No hacerlo así es andar a tumbos, navegar a ciegas; es permitir a los apremios o a las contingencias, tomar, por la fuerza o el azar, decisiones cuyos sustentos deben ser la convicción y la razón. ¿Qué sería de un viaje por la vida sin una teoría sobre la vida misma? ¿Qué de un gobierno del Estado sin una teoría del Estado? De igual forma se está obligado a proceder en la universidad.
La de Colima nació bajo el empuje de una idea y de un programa. Y ahora, en 1998, al borde del año 2000, la víspera de la grandeza o el precipicio, y en todo caso el único tiempo donde nos tocó vivir, ¿qué es la universidad? A casi 58 años de haber sido fundada, ¿cuáles son el presente y el futuro de esta universidad?
Se debe repensar a la universidad. Se debe establecer una luminosa y penetrante teoría de la universidad, capaz de mirar al futuro desde las alturas, no desde las barrancas. Sin esa teoría, probablemente tendremos docencia, investigación y difusión de una cultura; acaso se fortalecerán las finanzas universitarias; se instalarán nuevos campus de excelencia; se conseguirán lauros y medallas; se llevarán al mundo entero las noticias de las ciencias cultivadas en Colima, ¿pero, subsistirá la Universidad como la necesitamos y queremos? ¿Será ésta, además de una inmensa fragua profesional, una colosal forja de colimenses, de mexicanos? ¿Constituirá, además del recinto donde se preparan los científicos y los humanistas, el reducto donde se aseguren la identidad y la permanencia de Colima, de México?
Por lo pronto, la Universidad de Colima se encuentra en el centro de una asediada fortaleza: la educación pública superior, cuya rendición se reclama desde adentro y desde afuera. Adentro la demagogia y la mediocridad acechan; afuera conspiran los eternos promotores de un nuevo proyecto para nuestro país. Hay quienes pretenden olvidar su origen popular y plantean una falsa dicotomía entre formación universitaria y finanzas sanas y se regodean al hablar de manejar a la universidad como si fuera una empresa privada donde el principal y único objetivo es alcanzar, a cualquier precio, finanzas sanas. Falsa dicotomía es ésta y más falsos quienes la plantean.
Una universidad como la de Colima no puede renegar de su origen popular, ni debe privilegiar sus estados financieros por encima de su obligación con la sociedad en su conjunto. Está obligada a mantener sus puertas abiertas a todas las clases sociales y para ello requiere hacer accesibles sus cuotas por semestre y por los diversos servicios brindados en la institución.
Tampoco puede crecer y convertirse en un centro de excelencia académica, donde se promueva a la investigación científica y la difusión de la cultura, si para lograrlo sacrifica a sus trabajadores. Un requisito indispensable para alcanzar estos objetivos es elevar en forma sustantiva las percepciones de los trabajadores universitarios, y en particular, de quienes son parte fundamental en este proceso: los docentes. Porque hoy, un catedrático de tiempo completo en la Universidad de Colima tiene, en el mejor de los casos, un ingreso similar al de un profesor con 35 horas frente a grupo, en una secundaria oficial.
En este contexto, urge establecer una estrecha vinculación entre la universidad y la sociedad. El pragmatismo, lo reconozco con pesar, abomina este género de teorías. Y muchas mentes lúcidas y generosas, se han dejado abatir por el cansancio y la desilusión. Sin embargo, es preciso formular nuevamente esta convocatoria, con terca perseverancia; lanzarla en alta voz, con la más honda convicción. Porque si no sabemos qué es y qué debe ser nuestra universidad, ¿cómo conoceremos su rumbo, su carácter y su destino?
Ahí está el gran desafío: el rector Carlos Salazar Silva tiene la oportunidad histórica de cambiar la Universidad, de abrir nuevos cauces a la educación interdisciplinaria, de enriquecer la difusión de la cultura y vincular sin cortapisas las escuelas y los institutos de investigación con todos los sectores de la sociedad y de consolidarla como un gran centro de investigación científica, social y tecnológica.
Llegó el tiempo para realizar proyectos con grandeza de concepción. También resulta impostergable iniciar una etapa de conciliaciones y de un sólido trabajo académico. Al inicio del año 2000, la Universidad de Colima tendrá la posibilidad de ofrecer un audaz proyecto capaz de convertirse en un verdadero paradigma para la transformación de la educación superior de la región y, por qué no, del país mismo.
Estos son los retos, largo es el camino. Ojalá haya la suficiente capacidad, sensibilidad y entereza para llevar la nave a puerto sin mayores apremios. Así lo esperamos muchos, por el bien de Colima y de México.”
En abril de 1998 se publicó esto en Ecos de La Costa.
Twitter: @macosta68
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