Uno de los temas recurrentes en este siglo es la pertinencia de la democracia, tanto en las sociedades más desarrolladas y que atesoran una larga tradición de gobierno democrático, como en aquellas en vías de desarrollo, de manera particular donde experimentan procesos de transición hacia la democracia.
En todos los casos hay la sensación de que el sistema democrático, tal y como hoy le concebimos, no satisface las necesidades y demandas, cada vez más complejas, de una sociedad.
Las instituciones políticas se muestran incapaces de solucionar los problemas colectivos y de responder eficazmente a sus ciudadanos, quienes cada vez perciben un abismo más profundo entre ellos y sus gobernantes.
Los canales convencionales de participación dan muestra de evidentes limitaciones para transmitir las demandas y los intereses reales de los ciudadanos y de los diferentes grupos sociales a los que pertenecen.
Sumado a lo anterior, el funcionamiento del sistema político aparece, frente a los ojos de amplios sectores de la población, cada vez más determinado por los intereses y estrategias de las grandes corporaciones económicas, las elites financieras y las instituciones internacionales al servicio del capitalismo global.
Todos esos problemas constituyen la base de una amplia preocupación por lo que se ha dado en llamar la calidad de la vida democrática. Las democracias contemporáneas estarían perdiendo el impulso cívico necesario para ser un sistema político dinámico, que pueda hacer frente a los continuos cambios socioeconómicos de las sociedades avanzadas mediante la participación de los ciudadanos en la esfera pública.
Las democracias hoy corren el riesgo de convertirse en un conjunto de mecanismos y reglas formales de toma de decisiones que sólo lograran atraer la atención de los ciudadanos mediante la repetición de rituales participativos desprovistos de interés y eficacia. Uno de los signos más evidentes de esta situación es la distancia cada vez mayor que separa a los ciudadanos de las instituciones políticas democráticas y de los responsables de las mismas.
No es sólo que la actividad política institucional no interese o interese poco, sino que se considera algo muy alejado de los intereses, las necesidades o los problemas de los ciudadanos.
No se trata simplemente de una reacción de insatisfacción ante los resultados concretos de unas determinadas políticas gubernamentales, ni tampoco de que se dude de la ‘bondad’ de la democracia frente a otras fórmulas políticas. Es una actitud más general y difícil de definir, que ha encontrado su mejor expresión en el término desafección política.
Con la aparición de la sociedad postindustrial, se extiende la sensación de que las profundas transformaciones económicas, sociales y culturales que viven las sociedades capitalistas occidentales, estaban provocando graves problemas en el funcionamiento del sistema político democrático, que ya no sería capaz de ofrecer a los ciudadanos un marco adecuado de representación y expresión de sus intereses o demandas.
Fenómenos típicos de este momento histórico, como la aparición de los nuevos movimientos sociales, el incremento de las demandas ciudadanas, la gran cantidad de expectativas que los ciudadanos depositan en el Estado de bienestar o el surgimiento de actos de protesta colectiva, han sido interpretados como manifestaciones evidentes de los problemas por los que atraviesan los sistemas democráticos y de su creciente incapacidad para satisfacer las necesidades de los ciudadanos.
Este discurso catastrofista, que en cierta medida era un reflejo distorsionado del desconcierto de amplios sectores sociales ante los cambios que se estaban produciendo, no sólo no se cumplió, sino que con el paso del tiempo se fue atenuando en parte. Durante la década de los 80, se asistió a un proceso de normalización de algunos de aquellos fenómenos que años antes habían irrumpido en la escena política.
La creciente presencia de la acción colectiva en forma de protesta social o de movimientos sociales, junto al aumento del repertorio participativo de los ciudadanos, hizo que los límites institucionales de la vida democrática se ampliaran progresivamente, en una tendencia que se ha ido profundizando en años posteriores. Sin embargo, en la última década del siglo XX asistimos a una nueva reaparición del discurso de la crisis y, además, con una singular intensidad.
Son muchos los fenómenos que vendrían a apoyar este diagnóstico. Los problemas de identidad y afiliación que experimentan la gran mayoría de los partidos políticos clásicos, la brusca transformación de los sistemas de partidos e incluso del sistema institucional en países como Italia, la aparición masiva de escándalos de corrupción, el resurgimiento del populismo neofascista en algunas democracias que se creían sólidamente asentadas, etcétera.
Pero es importante darse cuenta de la nueva orientación que parece haber adoptado este discurso crítico. Frente a los presagios catastrofistas que se hacían en los años 60 o 70, ahora predomina el escepticismo.
Este nuevo sesgo se podría explicar, en parte, precisamente por el fracaso de muchas de las predicciones que se hicieron en esos momentos.
Tres comentarios al Margen
1. La alcaldesa de Villa de Alvarez, Brenda Gutiérrez Vega, dijo que el asunto de la joven golpeada por una funcionaria del ayuntamiento, Mónica Gutiérrez, se debe al anticipo de las acciones del proceso electoral del 2012. Sin embargo, la única que anda metida de tiempo completo en eso ees ella misma, pues anunció su renuncia al cargo que ocupaba en el comité estatal de su partido, PAN, para estar en condiciones de ser nominada a un cargo de elección popular en el 2012. A veces, los hechos traicionan a las palabras (Borges dixit).
2. Este sábado 4 de junio, muchos twiteros colimenses se reunirán en El Cahuite. Se espera que la asistencia sea mayor a la habida en la reunión celebrada en Manzanillo, el 8 de mayo. El único requisito exigible para asistir a la reunión es tener abierta una cuenta en Twiter. Nada más, pero nada menos.
3. Hay quien se pasa la vida entera leyendo sin conseguir nunca ir más allá de la lectura, se quedan pegados a la página, no entienden que las palabras son sólo piedras puestas atravesando la corriente de un río, si están allí es para que podamos llegar a la otra margen, la otra margen es lo que importa. José Saramago
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