Uno de los temas recurrentes
en este inicio de siglo lo constituye el problema sobre la pertinencia de la
democracia, tanto en las sociedades más desarrolladas y que atesoran una larga
tradición de gobierno democrático, como en aquellas que se encuentran en vías
de desarrollo, de manera particular en las se encuentran experimentando
procesos de transición hacia la democracia.
En todos los casos se extiende
la sensación de que el sistema democrático, tal y como hoy le concebimos, no es
capaz de satisfacer las necesidades y demandas de una sociedad cada vez más
complejas.
Las instituciones políticas se
muestran incapaces de solucionar los problemas colectivos y de responder
eficazmente a sus ciudadanos, quienes cada vez perciben un abismo más profundo
entre ellos y sus gobernantes.
Los canales convencionales de
participación dan muestra de las limitaciones para transmitir las demandas y
los intereses reales de los ciudadanos y de los diferentes grupos sociales a
los que pertenecen.
Las democracias contemporáneas
estarían perdiendo el impulso cívico necesario para ser un sistema político
dinámico, que pueda hacer frente a los continuos cambios socioeconómicos de las
sociedades avanzadas mediante la participación de los ciudadanos en la esfera
pública.
Las democracias corren el
riesgo de convertirse en un conjunto de mecanismos y reglas formales de toma de
decisiones que sólo logran atraer la atención de los ciudadanos mediante la
repetición de rituales participativos desprovistos de interés y eficacia.
Uno de los signos más
evidentes de esta situación es la distancia cada vez mayor que separa a los
ciudadanos de las instituciones políticas democráticas y de los responsables de
las mismas.
No es sólo que la actividad
política institucional no interese o interese poco, sino que se considera algo
muy alejado de los intereses, las necesidades o los problemas de los
ciudadanos.
No se trata simplemente de una
reacción de insatisfacción ante los resultados concretos de unas determinadas
políticas gubernamentales, ni tampoco de que se dude de la ‘bondad’ de la
democracia frente a otras formulas políticas. Es una actitud más general y
difícil de definir que ha encontrado su mejor expresión en el término
desafección política.
Durante la década de los 80 asistimos
a un proceso de normalización de algunos de aquellos fenómenos que años antes
habían surgido de manera disruptiva en la escena política. La creciente
presencia de la acción colectiva en forma de protesta social o de movimientos
sociales, junto al aumento del repertorio participativo de los ciudadanos, hizo
que los límites institucionales de la vida democrática se ampliarán
progresivamente, en una tendencia que se ha ido profundizando en años
posteriores.
Sin embargo, en la última
década del siglo XX hemos asistido a una nueva reaparición del discurso de la
crisis y, además, con una singular intensidad.
Son muchos los fenómenos que
vendrían a apoyar este diagnóstico. Los problemas de identidad y afiliación que
experimentan la gran mayoría de los partidos políticos clásicos, la brusca
transformación de los sistemas de partidos e incluso del sistema institucional
en países como Italia, la aparición masiva de escándalos de corrupción, el
resurgimiento del populismo neofascista en algunas democracias que se creían
sólidamente asentadas, etcétera.
Pero es importante darse
cuenta de la nueva orientación que parece haber adoptado este discurso crítico.
Frente a los presagios catastrofistas que se hacían en los años 60 o 70, ahora
predomina el escepticismo. Este nuevo sesgo se podría explicar, en parte,
precisamente por el fracaso de muchas de las predicciones que se hicieron en
esos momentos.
El sistema político
democrático ha demostrado tener una mayor capacidad de la prevista para
adaptarse a los cambios estructurales que se han producido en las sociedades
industriales avanzadas.
A principios de este nuevo
siglo, el escenario donde nos movemos en las sociedades occidentales es
ciertamente complejo y básicamente ambivalente. Junto a la apatía y desinterés
que tamiza todas las relaciones que los ciudadanos mantienen con el sistema
político y el deterioro del clima de confianza, no puede tampoco desconocerse
la existencia de una tendencia de dinamismo participativo que está
transformando el orden institucional de las democracias.
El resultado es la dificultad
de establecer tendencias claras de evolución para un futuro próximo. Las
evidencias empíricas en bastantes ocasiones son contradictorias entre sí y, en
consecuencia, las explicaciones que se ofrecen son también múltiples y, a
veces, difíciles de conciliar.
La sociedad moderna manifiesta profusos
signos que revelan la ausencia de valores comunes y progresivamente ha dejado
de ser un espacio de integración y de identidad colectiva. El concepto de
nación se ha ido diluyendo paulatinamente y está siendo sustituido por un
fuerte sentido de pertenencia a una
comunidad (étnica, religiosa, cultural) a la vez que se exalta el predominio de
una moral personal que abandona
cualquier modelo de referencia y se enriquece con un “torbellino de
acontecimientos e informaciones”.
Según el sociólogo alemán Ulrich Beck, estamos
entrando a una segunda modernidad y
hacia ella se dirigen los hijos de la
libertad. Individuos que huyen de las organizaciones incapaces de manejar
la creciente diversidad, ciudadanos para quienes las instituciones
universales heredadas de la tradición y que han sido el fundamento de nuestra
convivencia (el matrimonio, la paternidad, la familia, la nación), “han perdido
su fuerza persuasiva y practicabilidad”.
Las prioridades de esta
generación emergente excluyen lo material y su demanda es un criterio
subjetivo: una mejor calidad de vida.
Tres Comentarios al Margen
1.- Facundo Cabral decía al
inicio de una de sus canciones, Milonga triste, que un estúpido dice
estupideces y un gerente, gerenteces. Igual algunos diputados que, orondos,
hablan de nueva distritación, cargas ciudadanas candidaturas independientes o
ciudadanas y demás monsergas. Son meras
diputadeces.
2.- Fernando Brizuela Gudiño
renunció a continuar en su cargo en la Secretaría de Desarrollo Urbano. Un bue
funcionario deja el gobierno estatal de Colima. Lamentable.
3.- No envidies la felicidad
de los que viven en un paraíso de tontos, porque sólo un tonto pensaría que eso
es la felicidad. Bertrand Russell
Twitter: @macosta68
1 comentario:
Mi comentario lo inicio con lo tú terminas,un buen pensamientodel filósofo Bertrand Russel, "... No envidies la felicidad de los que viven en un paraíso de tontos,porque sólo un tonto pensaría que eso es la felicidad " y agregaría que de ninguna manera debemos envidiar los que viven en la opulencia injusta o justa,mucho menos del paraíso de tontos de lo que refiere Russel. y todavía mucho menos de la felicidad de los estupidos ,de lo que refiere Facundo Cabral, El párrafo que mencionas ,"...El sistema Democrático, tal y como hoy concebimos no es capaz de satisfacer las necesidades y demandas de una sociedad,cada vez más compleja" y esto se debe a que no existe una democracia de nuestro sistema de gobierno o de vida.para mi criterio personal es una monarquíacon tintes de democracia de los que tienen el control político. Realmente lo que les interesa es mantener el control,enriquecerse para asegur sus futuras generaciones familiares y grupales, lrogramas sociales que se aplican no son para resolver las necesidades es para comprometer al mayor número de personas el voto necesario en tiempos electorales,,Bueno Miguel Acosta Vargas como siempre te refrendo el afecto y admiración a tus brillantes columnas. Hasta el jueves.
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