Citando fielmente a Perogrullo, afirmamos que la sociedad evoluciona con el curso inexorable del tiempo. Dicho proceso está cimentado en la acción perpetua del hombre, con sus errores y sus aciertos, cuando avanza y también cuando retrocede.
Asimismo, son los testimonios que recogemos del pasado y los sucesos capitales que vivimos en nuestra realidad contemporánea los que enriquecen la memoria colectiva. Los individuos y sus obras nutren esa memoria, ésta lo hace con la cultura y la cultura, a su vez, favorece los hallazgos técnicos que impulsan etapas superiores de progreso.
Pero dicha evolución no se funda tan sólo en la técnica. Por el contrario, la sociedad forja mitos, quimeras, fantasías, utopías y misterios. Con esas ideas elabora construcciones simbólicas que se vuelven el espejo donde se reflejan los temores, los proyectos, los sueños, las solidaridades, los desencuentros y las esperanzas de la comunidad. En éstas se haya las respuestas para el presente y también los enigmas que deben resolverse en el futuro. Con ese objeto es necesario plantear preguntas, indagar, analizar y encontrar respuestas, aunque a veces sólo encontramos un silencio ominoso.
La sociedad ha creado instituciones que le permiten conducirse por caminos definidos, con rutas inconfundibles que zanjan cualquier obstáculo y la sitúan frente a su propio destino. Las instituciones crean reglas y normas que, al ser admitidas por todos, regulan la convivencia colectiva. Son el espacio donde se funda la normalidad social; es decir, el estatus dominante.
Por su parte, el individuo como tal enfrenta sus propias contradicciones: aflora de la barbarie y se agota en la civilización; marcha decidido a la guerra y se revela confuso en la paz; sujeto de la acción muere luchando creyendo que perdurará con sus ideas; se manifiesta tolerante con los otros mientras practica actos de resistencia ideológica y cultural; encumbra líderes y luego actúa para derrocarlos; es el mismo hombre que se plantea objetivos y los resuelve con certidumbre, aunque perentoriamente ignore cuál es el fin y el sentido de su existencia.
Con todo, no cabe duda que el objetivo del hombre, al compartir una vida en común con otros, se está diluyendo. Nuestros días se definen por el egoísmo, es la impostura del yo que provoca para colocarse por encima del nosotros. La solidaridad está siendo sustituida por la ambición individual. Como señala Jacques Attali: “No estamos en una época de larga duración, de proyectos indefinidamente pensados, sino de lo inesperado, de lo flamante, de lo reversible, de lo inmediato, de lo precario, del individualismo egoísta, cuando no del cinismo autista”.
No sorprende saber que el individuo ambicioso de poder tiene en el campo de la acción política el terreno fértil para solventar sus certezas. Disfrazadas las ambiciones personales con propuestas que sugieren la búsqueda del beneficio colectivo, sabe de la incongruencia que caracterizará sus acciones, de la absurda discrepancia entre su retórica y la conducta que lo motiva a actuar. La política, de esta manera, se percibe como el reino de la simulación y el engaño, más que el campo de la conciliación o de la inteligencia que indaga para ofrecer soluciones.
No en vano la literatura especializada sostiene que quienes adquieren poder y apuntalan con él su dominio, se imponen a sus semejantes con la persuasión, pero sobre todo, con la fuerza. La primera es con un ofrecimiento: que el futuro, a partir del presente, irremediablemente será glorioso para todos. Esa es la promesa. Quien detenta el poder asume que su presente es resultado de un pasado honroso que lo enriquece legitimándolo. A la vez, supone que actuando sobre esa realidad vulnerará la utopía con el porvenir esplendoroso que reitera la promesa entregada a los otros. No hay motivo para la mortificación ni para reflexionar en las contrariedades que pudiera afrontar.
El poder tiene la capacidad para convencer con el peso de su palabra. Pero si ésta no fuera suficiente, existe el recurso que disuade con mayor eficacia: el uso de la fuerza. Con ella se levantan fronteras que, en primera instancia, alertan a los inconformes que ansían quebrantarlas.
La aplicación de la violencia contra las voluntades que cuestionan la eficacia del que manda, perturbando su estabilidad, es una medida que por convincente resulta ejemplar. Porque en la sociedad integrada, los pesimistas y los inconformes no tienen cabida.
En este contexto, ¿quién podrá ser el apocalíptico que se atreva a tocar las trompetas que anuncien el improbable final de los tiempos? Conociendo de antemano la promesa ¿quiénes son los insumisos que osarán con sus desvaríos modificar su propio presente? y ¿quién tratará de enfrentarse a las instituciones, devastando la normalidad social a través de la trasgresión de las reglas y del formalismo vigente?
Tres Comentarios al Margen
1. Los partidos entran ahora en la danza de la reforma electoral. Tienen cuatro meses para hacer reformas, adiciones y hasta abluciones y abducciones. Cada quien su gusto y su necesidad.
2. Con poquísimos castigos ejemplares será más clemente que aquellos otros que, por excesiva clemencia, permiten que los desórdenes continúen, de lo cual surgen siempre asesinatos y rapiñas. Maquiavelo
3. Si creemos tan ingenuamente en las ideas es porque olvidamos que han sido concebidas por mamíferos” E. M. Ciorán
Twiter: @macosta68
No hay comentarios.:
Publicar un comentario