19 de diciembre de 200
XERL "Angel Guardián"
Si queremos comprender las peculiaridades de la transición mexicana debemos empezar por el principio: la naturaleza del antiguo régimen.
Nada entenderemos si no comprendemos cuál estación abandonamos. Si el diagnóstico es simplista; es decir, que venimos de un autoritarismo sin adjetivos; un régimen equivalente al franquismo o a la dictadura de Pinochet, chocaremos una y otra vez con una dura realidad.
La diversidad y profundidad de los apoyos del régimen autoritario, la extensión de sus consensos, la existencia de una sociedad política cortesana, marcan el sistema que se disolvió lenta e irremisiblemente.
El rasgo definitorio de la mutación democrática tiene que ver con la naturaleza de los liderazgos políticos disponibles para pavimentar el cambio. He aquí la más miserable de las herencias del antiguo régimen. Son precisamente los hombres creados y cultivados por el viejo sistema quienes están encargados de reemplazarlo.
Nueva política, viejos políticos.
Es falso que la democracia está necesitada de liderazgos. Cualquier régimen bien asentado puede tolerar altos niveles de incompetencia durante cierto tiempo. El momento en que mayor talento se demanda de los actores, la etapa en que mayor responsabilidad se necesita, es el tiempo del cambio.
En efecto, los tiempos de transición son los tiempos del liderazgo. Ese es el gran vacío de nuestro tiempo: la ausencia de una camada de líderes políticos con sólidos anclajes sociales, con imaginación política, dispuestos al diálogo y a la negociación y conscientes de la urgencia de terminar con la transición y establecer firmemente el régimen democrático.
Los liderazgos que cubren el escenario mexicano en este tiempo de decisiones están muy por debajo de las exigencias nacionales. Podríamos detectar, en primer lugar, la incapacidad de múltiples actores para percibir la naturaleza de su propio tiempo. No son pocos los tropiezos que se originan en esta miopía.
En la cúspide de las instituciones nacionales, la Presidencia de la República, no existe conciencia precisa del significado de nuestra época. Vicente Fox dice y repite que México ha accedido a la "normalidad democrática" porque el viejo litigio electoral ha sido superado.
Se piensa entonces que la democracia se agota en la escrupulosa aritmética electoral sin detenerse a analizar las serias deficiencias institucionales que el país arrastra. Ahí el otro rasgo del liderazgo presidencial o, más bien, de la falta de éste: la política ondulatoria en donde se anuncia lo que no se persigue.
El establecimiento de un régimen democrático en México requiere de la participación de todos los partidos políticos, de todos los actores y de todos los mexicanos.
¿Estamos preparados para asumir nuestra parte?
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