La democracia electoral mexicana es,
como en el resto del mundo, un proceso inacabado, en evolución, con
perspectivas abiertas por la voluntad de la mayoría, para adaptarse al cambio
que su propia acción genera. Por eso rechazamos la imagen de la democracia como
un estado final de cosas al que todos tendemos a llegar. La democracia es un proceso dinámico, pero no inevitable;
por el contrario, es un acto de voluntad y perseverancia.
Por ello, nuestras instituciones
requieren ser recreadas a diario por ciudadanos, grupos y sectores. En su
interior se sujetan a la lucha cotidiana contra el ritual y la rigidez, entre
la dinámica de cambio y el riesgo de la dispersión. Esta batalla nunca está
librada antes de librarla.
En estos últimos años de crisis
económica recurrente, nuestra vida institucional ha sido sometida a una dura
prueba. No cabe duda de que a pesar de ella, frente a las serias
dificultades económicas y a la
transformación habida en nuestra vida política y social, nuestras instituciones
han probado su arraigo, solidez y eficacia para generar acuerdos sociales,
mantener la unidad esencial y dar dirección al cambio.
La práctica política crea las
instituciones y la misma práctica puede transformarlas. Hoy, en Colima estamos inmersos en un proceso intenso de modificación del marco jurídico
para establecer uno que propicie la participación social y promueva actitudes y
conductas que fortalezcan un ejercicio
democrático de la autoridad y marque una
nueva relación entre el Estado y la sociedad.
En este contexto, es de reconocer
que, en Colima, en este proceso se han
robustecido nuestras instituciones. Se ha consolidado la división de poderes y
contamos con un poder legislativo que ha fortalecido su ámbito de acción y hoy
es un poder autónomo, plural y propositivo, que ha caminado ya en la difícil
ruta de la transición democrática, al contar con mayores capacidades para el
ejercicio de sus atribuciones, amén de estar gobernado por la oposición.
Hay quienes siguen convencidos de que
el fortalecimiento del régimen de partidos es la base de la nueva cultura
política: aquella sustentada en una firme responsabilidad mutuamente compartida
entre el Estado, los partidos, los grupos y los ciudadanos, y que asume la
defensa y el fortalecimiento del estado de derecho y de la legalidad como tarea
de todas las organizaciones políticas y así, preservar las condiciones mismas
que hacen posible el ejercicio de las libertades y derecho, la disputa
civilizada por el poder y la formación de la representación política estatal.
Hay quienes no conciben al Estado como el antagonista de
la sociedad civil, sino como la organización política de la propia sociedad.
Por eso, la democracia no es una victoria de la sociedad sobre el Estado y la
democratización de Colima no pasa por el camino de debilitar al Estado y
suponer que se requiere un simple traspaso de poder a la sociedad civil, porque
ésta no es homogénea pues tiene grupos con intereses diferentes, a veces
enfrentados, y grupos minoritarios de presión.
Ciertamente, se requiere ampliar los
cauces de participación de la sociedad
para que se siga construyendo una sociedad más fuerte, más unida, mejor
organizada y representada; pero, fundamentalmente, necesitamos fortalecer
democráticamente al Estado y modernizar su andamiaje institucional.
En este proceso estamos obligados
todos a participar y a contribuir para hacerlo fluido. Por eso, los partidos
representados en el congreso local y todos los que tienen registro local o
nacional, además de los diversos grupos y actores políticos y sociales deben
emprender jornadas de amplísima y libérrima discusión para que, mediante el
diálogo, la negociación y la discusión
franca y abierta de sus diferencias de opinión
puedan llegar a acuerdos que nos permitan avanzar por este camino.
Este gran debate que debemos
emprender es acerca de nuestro pasado, nuestro presente y el futuro que
deseamos tener. Es acerca de cómo hemos llevado a cabo las tareas públicas y
cómo debemos llevarlas ahora.
Tal vez habrá necesidad de moderar o
matizar. Quizás será preciso rectificar, antes de que la gota desborde el vaso.
El debate nos hará saber si hay que modificar o hay que perseverar; si hay que
hacer una de estas cosas, en todo o en parte; si hay que hacer ambas en la
medida que sugiera la dialéctica; o si no hay que hacer nada, más que
proseguir.
En esto no hay novedad, aunque ahora
nos alternemos el gobierno, compartamos las tribunas y a veces confundamos los
discursos. Puede ser válido. Todos somos colimenses; tenemos los mismos
derechos y aspiramos a las mismas oportunidades.
Pero también es válido y legítimo que
en la confrontación de las ideas queden claras las intenciones de quienes las
profesan.
Es preciso poner manos a la obra. Así
amainarán los vientos que soplan.
La urgencia de que así sea hecho es
de la sociedad.
La palabra la tienen los partidos y
sus diputados en el congreso local.
TRES COMENTARIOS AL MARGEN
1. El sofisma suele ser el arma más
socorrida del político que busca obtener ventaja ilícita, sorprender a los
demás y hacer creer que evidentes falsedades son ciertas...”por lógica”. El sofisma más famoso es que se le atribuye a
Protágoras y versa sobre Sócrates. Consta de tres juicios, el primero es
universal y positivo…”todos los perros son seres vivos”…el segundo es un juicio
individual y positivo…”Sócrates es un ser vivo”…y el sofisma está en la
conclusión, falsa desde luego…”Sócrates es un perro”.
2. Todos hacen sus apuestas. A cual
más señala a sus favoritos para tal o cual cargo. Especulaciones, la mayoría.
Son los tiempos. Es algo normal.
3. Los bravucones se alimentan del
hartazgo de sus oyentes. El fanfarrón gana cuando logra sacar de quicio al
otro, cuando lo coloca en su terreno al entrar en su propia disputa. La
provocación prende cuando el tranquilo se torna iracundo. Jesús Silva Hérzog
Márquez