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lunes, enero 25, 2016

Colima, el debate necesario



La democracia electoral mexicana es, como en el resto del mundo, un proceso inacabado, en evolución, con perspectivas abiertas por la voluntad de la mayoría, para adaptarse al cambio que su propia acción genera. Por eso rechazamos la imagen de la democracia como un estado final de cosas al que todos tendemos a llegar. La democracia   es un proceso dinámico, pero no inevitable; por el contrario, es un acto de voluntad y perseverancia.
Por ello, nuestras instituciones requieren ser recreadas a diario por ciudadanos, grupos y sectores. En su interior se sujetan a la lucha cotidiana contra el ritual y la rigidez, entre la dinámica de cambio y el riesgo de la dispersión. Esta batalla nunca está librada antes de librarla.
En estos últimos años de crisis económica recurrente, nuestra vida institucional ha sido sometida a una dura prueba. No cabe duda de que a pesar de ella, frente a las serias dificultades  económicas y a la transformación habida en nuestra vida política y social, nuestras instituciones han probado su arraigo, solidez y eficacia para generar acuerdos sociales, mantener la unidad esencial y dar dirección al cambio.
La práctica política crea las instituciones y la misma práctica puede transformarlas. Hoy,  en Colima estamos inmersos en un proceso  intenso de modificación del marco jurídico para establecer uno que propicie la participación social y promueva actitudes y conductas  que fortalezcan un ejercicio democrático  de la autoridad y marque una nueva relación entre el Estado y la sociedad.
En este contexto, es de reconocer que, en Colima,  en este proceso se han robustecido nuestras instituciones. Se ha consolidado la división de poderes y contamos con un poder legislativo que ha fortalecido su ámbito de acción y hoy es un poder autónomo, plural y propositivo, que ha caminado ya en la difícil ruta de la transición democrática, al contar con mayores capacidades para el ejercicio de sus atribuciones, amén de estar gobernado por la oposición.
Hay quienes siguen convencidos de que el fortalecimiento del régimen de partidos es la base de la nueva cultura política: aquella sustentada en una firme responsabilidad mutuamente compartida entre el Estado, los partidos, los grupos y los ciudadanos, y que asume la defensa y el fortalecimiento del estado de derecho y de la legalidad como tarea de todas las organizaciones políticas y así, preservar las condiciones mismas que hacen posible el ejercicio de las libertades y derecho, la disputa civilizada por el poder y la formación de la representación política estatal.
Hay quienes  no conciben al Estado como el antagonista de la sociedad civil, sino como la organización política de la propia sociedad. Por eso, la democracia no es una victoria de la sociedad sobre el Estado y la democratización de Colima no pasa por el camino de debilitar al Estado y suponer que se requiere un simple traspaso de poder a la sociedad civil, porque ésta no es homogénea pues tiene grupos con intereses diferentes, a veces enfrentados, y grupos minoritarios de presión.
Ciertamente, se requiere ampliar los cauces de participación de la sociedad  para que se siga construyendo una sociedad más fuerte, más unida, mejor organizada y representada; pero, fundamentalmente, necesitamos fortalecer democráticamente al Estado y modernizar su andamiaje institucional.
En este proceso estamos obligados todos a participar y a contribuir para hacerlo fluido. Por eso, los partidos representados en el congreso local y todos los que tienen registro local o nacional, además de los diversos grupos y actores políticos y sociales deben emprender jornadas de amplísima y libérrima discusión para que, mediante el diálogo,  la negociación y la discusión franca y abierta de sus diferencias de opinión  puedan llegar a acuerdos que nos permitan avanzar por este camino.
Este gran debate que debemos emprender es acerca de nuestro pasado, nuestro presente y el futuro que deseamos tener. Es acerca de cómo hemos llevado a cabo las tareas públicas y cómo debemos llevarlas ahora.
Tal vez habrá necesidad de moderar o matizar. Quizás será preciso rectificar, antes de que la gota desborde el vaso. El debate nos hará saber si hay que modificar o hay que perseverar; si hay que hacer una de estas cosas, en todo o en parte; si hay que hacer ambas en la medida que sugiera la dialéctica; o si no hay que hacer nada, más que proseguir.
En esto no hay novedad, aunque ahora nos alternemos el gobierno, compartamos las tribunas y a veces confundamos los discursos. Puede ser válido. Todos somos colimenses; tenemos los mismos derechos y aspiramos a las mismas oportunidades.
Pero también es válido y legítimo que en la confrontación de las ideas queden claras las intenciones de quienes las profesan.
Es preciso poner manos a la obra. Así amainarán los vientos que soplan.
La urgencia de que así sea hecho es de la sociedad.
La palabra la tienen los partidos y sus diputados en el congreso local.
TRES COMENTARIOS AL MARGEN
1. El sofisma suele ser el arma más socorrida del político que busca obtener ventaja ilícita, sorprender a los demás y hacer creer que evidentes falsedades son ciertas...”por lógica”.  El sofisma más famoso es que se le atribuye a Protágoras y versa sobre Sócrates. Consta de tres juicios, el primero es universal y positivo…”todos los perros son seres vivos”…el segundo es un juicio individual y positivo…”Sócrates es un ser vivo”…y el sofisma está en la conclusión, falsa desde luego…”Sócrates es un perro”.  
2. Todos hacen sus apuestas. A cual más señala a sus favoritos para tal o cual cargo. Especulaciones, la mayoría. Son los tiempos. Es algo normal.
3. Los bravucones se alimentan del hartazgo de sus oyentes. El fanfarrón gana cuando logra sacar de quicio al otro, cuando lo coloca en su terreno al entrar en su propia disputa. La provocación prende cuando el tranquilo se torna iracundo. Jesús Silva Hérzog Márquez