Hay una gran tensión en Manzanillo -entre la clase política, desde luego- por el asunto de Virgilio Mendoza, en donde es héroe y villano, de manera simultánea. Lo entiendo: no es algo sencillo, pero mantener la objetividad en el caso de Manzanillo, sobre todo porque es muy fácil asumir una posición al respecto que parezca políticamente correcta, pero que no vaya al fondo del asunto.
De igual manera, resulta sumamente sencillo hablar de la victimización que está llevando a cabo el alcalde manzanillense, sobre todo porque parece cierto, aunque en los hechos nose pruebe la persecución.
El martes anterior hablé de estos temas y un amigo llamó para decirme que tenía y no tenía razón en lo que decía, porque Virgilio Mendoza tiene todo el poder y todas las facultades para cesar a cualquier trabajador de confianza en al ayuntamiento, precisamente porque basta el argumento de que les perdió la confianza. No importa si están embarazadas, no importa si tienen ya trabajando desde que fue alcaldesa la hoy senadora Martha Sosa de Rodríguez García, nacida en la primera mitad del siglo pasado, porque lo único que importa es que el presidente municipal tiene las facultades legales para hacer una carnicería de esta naturaleza.
Mi amigo me dijo que no podía criticarse a Virgilio Mendoza por hacer uso de las facultades que las leyes respectivas le otorgan. Según se dijo en los medios, dijo mi amigo, cada uno de los cesados recibió la indemnización legal que les correspondía. Si no están conformes con lo recibido, pueden acudir a las instancias que existen y poner su queja, demanda o lo que sea, remachó.
Debo decir, sin ambages, que mi amigo tiene razón. El presidente municipal de Manzanillo no puede ser acusado de tirano, tiranillo, déspota, malandrín o prepotente, porque su decisión de despedir a trabajadores de confianza del ayuntamiento está apegada a la ley y el presidente hizo uso de las facultades que la ley orgánica del municipio libre le otorgan.
Sin embargo, hay un hecho que merece ser destacado: Virgilio Mendoza es un incongruente y un represor y ello está debidamente comprobado. Mire usted: el alcalde dice ser un perseguido político porque la Contaduría Mayor de hacienda, como parte de sus labores normales, realizó una auditoría a la administración porteña y como parte de ese trabajo, encontró un número determinado de inconsistencias e irregularidades que debieron ser explicados por la autoridad municipal.
No le demos vuelta al asunto: Virgilio tuvo casi un año para subsanar las observaciones, porque las primeras que se hicieron fueron hechas por los propios regidores, tanto de su propio partido como los opositores. Fueron, precisamente, Miguel Salazar Abaroa y Roberto Barbosa, regidores panistas, quienes negaron su voto a la construcción del casino en los términos y modalidades que el alcalde propuso. Eso fue en el primer año de la administración municipal actual.
De igual manera, fueron los regidores priístas, a quienes se sumaron los dos panistas ya mencionados, los que pusieron la denuncia en el congreso del estado acerca de las irregularidades encontradas en la construcción del palenque. El congreso ordenó a la Contaduría Mayor de Hacienda que investigara el asunto, mismo que ya estaba en proceso como parte normal de la operación de ese órgano de fiscalización.
Virgilio Mendoza supo con mucho tiempo de anterioridad que su cuenta pública saldría con observaciones. Lo supo con absoluta certeza: saldría “raspado” del proceso de revisión. No había manera de evitarlo porque las observaciones estaban basadas en hechos reales, concretos, comprobables, como: ¿fraccionó la obra del palenque? ¿Inició la construcción antes de tener la aprobación del cabildo? ¿Se hicieron los estudios de mecánica de suelos, antes de iniciar la construcción del palenque? ¿Se entregó la memoria de cálculo? ¿es un acto legal la asignación directa de la obra? ¿Construyó la obra la persona a la que le fue asignada?
Por supuesto, todas estas interrogantes fueron contestadas en el dictamen final, seis meses después de que se dejo abierta la cuenta pública de Manzanillo. Es decir, el alcalde tuvo todo el tiempo del mundo para implementar su defensa, pero vale la pena recordar que Virgilio Mendoza ordenó a sus funcionarios que no acudieran al llamado de la Contaduría Mayor de Hacienda, para que dieran las explicaciones suficientes y necesarias a las observaciones e irregularidades encontradas en sus ámbitos respectivos de responsabilidad.
Estos son hechos, no especulaciones.
Al darse a conocer el resultado de la sesión del congreso donde se recomendaba las sanciones para el alcalde y los funcionarios implicados, Virgilio Mendoza se tomó todo el fin de semana para decidir el rumbo que tomaría, las decisiones que tomaría y las declaraciones que al respecto haría a la prensa.
Su decisión de iniciar una persecución de los simpatizantes del diputado federal panista Nabor Ochoa López dio muestras claras de que su coraje lo desquitaría con quienes no son responsables de la situación que se vive y los problemas que enfrenta el alcalde.
No tuvo el valor de hacerlo por sí mismo, como suele ocurrir, y ordenó que fueran los jefes de área respectivos quienes informaran a los trabajadores las razones por las que serían despedidos.
Cuando alguien tiene problemas, lo más importante es, más allá de aceptar que tienen, definir con claridad cuáles son las causas, las razones que los originan, para estar en condiciones de tomar las mejores decisiones para resolverlos.
No fue así. Se “ejecutó” sin piedad a los partidarios de Nabor Ochoa. Se les despidió sin razones técnicas para hacerlo, más allá de su desempeño profesional. Simple y llanamente por cuestiones de afinidad política, de amistad, de lealtad a la amistad. Como dice Marco Antonio Muñiz: ¡Qué caro estoy pagando por quererte, Ay cariño!
Así, el discurso de Virgilio Mendoza Amescua de que es un perseguido político, que es algo que debe comprobarse con hechos, tiene un fuerte tufo demagógico cuando, en realidad, se ha convertido en el mayor represor habido en la historia política de Manzanillo.
Nadie antes, jamás, había cometido un acto tan injusto, cruel y lamentable como el realizado por él la semana anterior. No por haber cesado a la gente, sino las razones aducidas para ello: “porque no son leales al presidente municipal”.
Una acción digna de un Stalin tropical, que refleja su rencor, su odio, y su intención de someter a quienes trabajan con él, a una “pureza ideológica”.
Finalmente, acepto que mi amigo tiene razón en el hecho de que Virgilio Mendoza hizo uso de las facultades que le da el marco que rige la vida institucional en el ayuntamiento, pero insisto en un acto de e incongruencia, se convierte en un tiranillo represor que desquita su ira y frustración con quienes su único pecado ha sido ser leales a la amistad. Eso sí, sabe que no puede hacerle daño a Nabor Ochoa López, por ello se desquita con sus partidarios.
¿Qué sigue?
No lo sé, pero tengo la certidumbre de que, para el PRI, todo esto es ganancia.
TRES COMENTARIOS AL MARGEN
1. Siete regidores que constituyen la mayoría en el Cabildo, solicitaron al presidente municipal Virgilio Mendoza, “ordene a los 7 funcionarios involucrados en el dictamen emitido por la Contaduría Mayor de Hacienda, que soliciten y se les otorgue la licencia sin goce de sueldo, para que se ausenten de su cargo hasta que solventen las observaciones de las que han sido objeto.
Los funcionarios a los que alude ese punto de acuerdo son: Telésforo Mendoza del Castillo, director de Obras Públicas; Domingo Ortega Robles, director de Desarrollo Urbano; Natividad Flores Ruiz, tesorero municipal; Sonia Leticia Flores, directora de Ciudades Hermanas; Daniel Cortés Carrillo, director de Desarrollo Social; Gabriela Benavides Cobos, secretaria del Ayuntamiento y Jesús Rojas Fermín, director de ingresos.
Los regidores firmantes de esta petición pueden esperar sentados, porque el alcalde está lejos de atender su solicitud, pero ello no significa que no puedan salir más personas ligadas a Nabor Ochoa del ayuntamiento.
2. Quien ha llegado a ser algo detestable, como sigue siendo humano, aún puede volver a transformarse de nuevo. Fernando Savater
3. Donde todos piensan igual, nadie piensa mucho. Rodin