Federico Reyes-Heroles escribió hace pocos días una espléndida columna cuyo contenido comparto plenamente y que me gustaría haberla escrito para expresarle a mis amigos, y a los no tanto, las razones por las cuáles, más allá de nuestra amistad, mis opiniones pueden o no coincidir con las suyas, pueden o no gustarles, pueden o no molestarles.
El trabajo citado lo tituló, adecuadamente, “A mis amigos” y dice así:
”(...) El oficio de crítico es incómodo. De entrada no puede uno participar en las fiestas y permitir que el regocijo embriague. Incluso en pleno júbilo se está obligado a buscar grietas y advertir nubarrones. El crítico es un solitario. No puede haber equipo. La conciencia no puede tener camiseta. Se es un observador del juego y sus reglas. La euforia de los victoriosos y la congoja de los derrotados son asuntos de los contendientes y nada más. Las antipatías deben ser domeñadas. También las simpatías. Ni detractor ni porrista sistemático. El estado de ánimo no puede guiar la pluma. Un amargado no puede ser un buen crítico. Tampoco el optimista ciego.
La soledad del crítico se construye lentamente, línea a línea, en la observancia del deber que su oficio le impone. Pero no es un asceta. Por el contrario tiene un compromiso ético muy claro. ¿A quién se debe entonces? No a los líderes, no a los equipos, sino al ciudadano y su bienestar, razón última de toda contienda en la plaza pública. Si las cosas van bien, el ciudadano es el beneficiado. Cuando dominan los errores, sobre él cae el perjuicio. Por eso la mente del crítico no puede flaquear en su severidad y rigor analíticos. Alguien me dirá que presento al crítico como un técnico, para el cual la ética y la moral poco tienen que decir. Para nada. Al contrario, el crítico debe lidiar todos los días con posiciones morales y éticas. Por eso debe tener su código personal muy claro. La diferencia es otra. Un crítico no puede dejarse llevar por una causa a sí sea de la mayor nobleza. Las causas ciegan: la igualdad a los ilustrados que edificaron la guillotina y los comités de salud pública; la justicia social a los marxistas que suprimieron las libertades; las religiones, Mahoma, Cristo o El Mesías, a los que están necesitados de liquidar al otro.
Pero quizá uno de los expedientes más difíciles para un crítico sean las amistades. Curiosamente cuando los amigos son simples ciudadanos casi siempre coinciden con él. Es cuando adoptan un equipo que comienzan las dificultades. Entonces el crítico ya no es del todo confiable porque no está con ellos. Es peor aún cuando se vuelven actores, pues se sienten traicionados. ¿Cómo escribiste eso, si tú eres mi amigo? ¡Jamás lo imaginé de ti! Por desgracia, con frecuencia los amigos no saben colocar el entramado humano por arriba de la política que se mira vulgar frente a la amistad. El azar de las contiendas es lo que va y viene. Lo otro, lo que une a los seres humanos, está en la profundidad de nuestras entrañas. Es mucho más interesante penetrar en las raíces de la amistad que una elección. Los amigos con frecuencia le piden al crítico fidelidad a su causa y, por lo tanto, traición a su oficio.
Se preguntará el lector, y con toda razón, a qué vienen todas estas disquisiciones. En las últimas dos décadas y por razones no lúdicas sino de trabajo, el periodismo regular me ha hecho probar algunos platillos amargos. No los quiero de nuevo. Primero, por mi ascendencia, viví los enojos de aquellos que pensaban que el apellido determinaba una filiación política. Para ellos traicioné la "verdad única" del priísmo. Después crucé por lugares donde el periodismo de causa lo dominaba todo. Obreros, campesinos y estudiantes antes que nada. Latinoamérica como proyecto incuestionable. Las revoluciones, donde fueran y al precio que fueran, como máxima reivindicación. El feminismo en el volumen más alto. La libertad sexual como consigna hasta en el menú. Para las minorías tapete rojo sin cuestionar motivos. La lista no tenía fin. No militar en todas las causas, lo convertía a uno en alguien no digno de confianza, potencial traidor. Reaccionario para terminar pronto.
El país se polarizó. Los partidos se dividieron. Los medios se fueron de un lado o del otro a tirar bazookazos al enemigo. Los foros académicos se convirtieron en trincheras. Vamos, hasta en las familias había bandos. De un lado los priístas tratando de aplastar todo movimiento como si fuera insurgencia, subversión. Del otro, un activismo irreflexivo que perdonaba cualquier incongruencia, contradicción. Un amigo muy cercano a Cárdenas me pidió que acompañara al ingeniero a su primera gira por Estados Unidos. Tú -dijo- eres el indicado, precisamente porque no eres cardenista. Confiaba en mi objetividad. Fui, pagué mis gastos por cierto, y al regresar comenté que el ingeniero abría allá una puerta importante. La política se había internacionalizado. Los ataques de los priístas no se dejaron esperar. Después acompañé a Salinas a varias giras de Solidaridad y reporté que el mecanismo iba a funcionar. Un día, en un restaurante en San Angel, mi amigo cardenista me refutó a gritos que hubiese yo aceptado la invitación presidencial. O se estaba de un lado o del otro. Entre amigos creamos la revista ESTE PAIS y así nos convertimos en enemigos del régimen. Claro, eso mientras no publicáramos cifras que favorecieran a Salinas porque entonces ya nos habíamos vendido. Un alto funcionario del régimen salinista me fue a ver una noche a mi casa y después de recetarme que era yo un subversivo me lanzó: ¿por fin, con quién estás, con ellos o con nosotros?
Los años han pasado. La pluralidad y la democracia han avanzado y yo sigo en lo mismo. Durante la campaña del 2000 una semana el New York Times publicó que era yo foxista, simplemente por hablar de la muy posible victoria de la oposición. A la semana siguiente me llovieron e-mails simplemente por decir que en 70 años había habido cambios innegables. Hubo intolerancia de ambos lados. Pero ahora se aproxima una situación que miro con resquemor y cierta tristeza. Las buenas amistades no se dan en mata y conforme pasa el tiempo cada vez es más difícil iniciar nuevos encuentros vitales. Varios amigos míos, compañeros de la crítica y otras batallas, se convirtieron en jugadores, entraron a la cancha y ganaron con Fox. Por lo tanto, muy probablemente se conviertan en gobernantes. Emocionados y un poco encandilados con la alternancia, ven ya con molestia a los que señalamos que no todo va a cambiar. Me preocupa pues es sólo el inicio. Yo sigo y seguiré en lo mismo. Ellos cambiaron de cachucha. ¿Qué pasará con el nuevo régimen? Nadie lo sabe. En tres años, o seis, o doce algún día podrían dejar el gobierno y quizá entonces quieran regresar al oficio. La oposición, ha dicho Fuentes, es un espléndido sitio para encontrarse. Aquí los espero. Lo único que les pido es que recuerden los tiempos en que estuvieron de este lado, que tengan presente la misión del crítico, que no se enojen, que también recuerden que en parte el cambio que estamos viendo se debe a una crítica cada vez más independiente. Pero sobre todo les pido que tengan presente que antes que políticos o correligionarios fuimos amigos. (...)”.
Se lo dije al principio, vale la pena releerlo.
TRES COMENTARIOS AL MARGEN
1.- Me da pena. Es la triste historia de un hombre que no quería ser presidente y lo fue por una catástrofe ocurrida hace más de seis años. No aprendió jamás. No aprendió. Es un hombre listo, sumamente listo. Un especialista en materia económica. Un técnico. Un tecnócrata que despreció y desprecia a los políticos, a los hombres y mujeres que tienen la sensibilidad y la capacidad de llegar a acuerdos trascendentes con sus conciudadanos. Un tecnócrata que se propuso hacer a un lado al partido que lo llevó al máximo poder en este país. Una posición que no buscó, no quería y no supo como desempeñarla con efectividad. Un tecnócrata que despreció a quienes se duelen de los problemas que sufren los mexicanos y tratan de hacer algo para remediarlos de raíz.
Ese fue Ernesto Zedillo Ponce de León. Desde mi punto de vista, ya lo expresé con anterioridad, los priístas lo juzgan injustamente de traidor, y la razón es sencilla: ¿cuándo fue priísta Ernesto Zedillo? ¿Cuándo realizó tareas para su partido? ¿Cuándo?
Se va como llegó: sin entender qué pasó y sin que le importe saberlo. Los escándalos vendrán después. De él lo menos malo son sus pésimos chistes y su gesto agrio. En fin, ya habrá tiempo.
2.- Me preocupa, como mexicano, un hecho: el presidente electo, Vicente Fox Quezada, declaró que el Consejo Político de su Partido será el Consejero de la Presidencia de la República. No entendió mal, de la presidencia de la república. No del presidente, sino de la presidencia. No del hombre, sino de la institución. ¡Ya les andaba! Y las que siguen.