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martes, julio 18, 2000

PRI, Hora de Renovarse o Desaparecer

El gobierno y el Partido Revolucionario Institucional perdieron las elecciones el 2 de julio. Este hecho no se cancela con argumentos deleznables, porque el PRI y el gobierno perdieron la madre de todas las elecciones, no pudieron recuperar la mayoría en el congreso y ya no tienen el control del Senado. Conservan, sí, una veintena de gubernaturas y centenares de municipios, cada vez más pequeños y menos poblados.

El PRI ha sido arrejolado a las zonas más pobres y menos pobladas. El voto verde ya les fue dividido y, por lo demás, resulta insuficiente para asegurar triunfos electorales.

El único hecho rotundo está a la vista: el gobierno y el PRI perdieron las elecciones. Se equivocaron los estrategas. Desdeñaron las voces de quienes a tiempo señalaron los riesgos de seguir políticas y prácticas obsoletas. Señalaron con índice de fuego a quienes expresaron su convicción de que, de seguir por ese camino, la derrota era inevitable. Agoreros del desastre, los llamaron. Ahora muchos se lamentan y tratan de leer la historia de lo ocurrido, cuando pudo haberse evitado daño tan grande, pero cometieron los peores pecados: fueron soberbios, prepotentes, arrogantes, imbéciles y obcecados. Hicieron de las encuestas la nueva religión y las consultaban mañana, tarde y noche, pese a lo ocurrido en 1997.

Esa historia, que ya se escribe, dirá lo que sucedió el 2 de julio, pero también referirá -con objetividad implacable- por qué fueron derrotados un gobierno instalado seis años antes con diecisiete millones de votos, y un partido "invencible" que reunió esos sufragios. Hoy uno y otro recibieron sólo trece millones, en números redondos. En seis años consumieron su reserva política. Cuatro millones de votos se evaporaron. Como tantas otras cosas.

Los mexicanos, que estábamos a la expectativa, acudimos a la cita el 2 de julio. El resultado mostró la nueva relación de fuerzas. Los ciudadanos expresaron su veredicto inapelable:¡Fuera el PRI de Los Pinos! Los ciudadanos decidieron en las urnas el camino y el destino de México.

Por supuesto, nada de eso se incubó en la víspera de la batalla. Eso vino de tiempo atrás, implacablemente, provocado por circunstancias que antecedieron a las elecciones y sellaron su suerte.

Todo llegó con pasos firmes. Era posible ver y escuchar a la nación en marcha. Era posible, para quienes tuvimos ojos para ver y oídos para oír. No lo era para quienes sólo se miraban y escuchaban a sí mismos. Para éstos hubo sorpresa; no la hubo para el pueblo, convencido de que tenía una oportunidad histórica de cobrarse, y hasta con ganancia, todas las promesas incumplidas, todas las mentiras, todas arbitrariedades, todas las corruptelas, todas, hasta las inventadas. Era y fue la oportunidad de cobrarse de una vez y para muchos años. ¿Para siempre? No lo sé y no lo quisiera así. Nos guste o no, el PRI es un partido necesario para esta etapa de la vida de nuestro país. Aún debe hacer muchos aportes a la política mexicana.

Por lo pronto, conviene a los priístas, en su propio foro, meditar sobre las causas de la derrota. Conviene hacerlo sin ira ni tristeza; sólo objetivamente, rigurosamente, de manera que ahora sí miren y escuchen lo que no pudieron, no quisieron o no supieron mirar y escuchar antes del 2 de julio.

Sobre todo, se trata de escuchar, es decir, de oír con atención lo que quieren decir sobre su partido millones de priístas honestos, cabales, mexicanos comprometidos con su Patria, con su presente y su futuro.

Es cierto que el domingo 2 de julio se reafirmó la democracia electoral; pero no lo es menos que en ese domingo el PRI y el gobierno zedillista, reducto tecnócrata, perdieron las elecciones. Ahora sólo falta que los priístas digan que esa es su aportación a la democracia y quieran celebrar la derrota como si lo hubiesen preparado laboriosamente -y además deliberadamente- para que el PRI consiguiera el título honorífico de "padre y abuelo de la democracia"

Todavía no concluye el proceso electoral y ya los grupos se disputan los restos del PRI. Madrazo y compañía. Zedillo y los institucionales. No tienen remedio los priístas. No tienen remedio. Están justo como dicen en mi pueblo: ¡No tienen madre, ven la tempestad y no se hincan!

Unos y otros se golpean una y otra vez y pocos tratan de poner remedio real a las cosas. No se trata de eso. Se trata de ver quién se queda con los despojos. Quién sigue usufructuando el nombre y el esqueleto de la revolución, hoy sepultada hasta en los discursos oficiales. Se disputan el cadáver porque creen que éste podrá –a semejanza del de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador– ganar batallas después de muerto.

Es tiempo de hacer una pausa y reflexionar antes de dar el siguiente paso. Las cosas no pueden seguir manejándose de la misma manera. Eso es evidente para todos, hasta para los intrigantes de siempre, los mediocres de ayer y hoy. Hoy es tiempo de pensar y repensar al PRI. De saber hacia dónde se quiere llevarlo. De conocer el rumbo, el destino y, sobre todo, los compañeros de viaje.

Es tiempo de hacer una gran convocatoria a todos los priístas y dejar que escojan al capitán de este barco. Dejar que compitan para este cargo quienes se sientan bien dispuestos, quienes tengan el ánimo renovado y el deseo de formar un verdadero partido, ahora sí, con discurso propio, congruente, entendible, apropiado.

Es tiempo de la palabra y de la democracia. Pero es tiempo, sobre todo, de hablar con la verdad, con el corazón en la mano. Con la palabra recia, tosca si se ocupa, pero con la idea puesta en hacer del PRI un partido capaz de sacudir a esta sociedad que hoy lo ha rechazado en forma mayoritaria.

Es tiempo de mandar al carajo a tanto lambiscón, traidorcete y mediocre que pulula en el tricolor. Es tiempo de mandar a su casa a quienes han hecho de tener un cargo en el PRI, su modo de vida. Es tiempo de mandar a su casa a quienes tanto daño han hecho con su forma de conducirse como dirigentes del partido, como servidores públicos o en un cargo de elección popular.

Por supuesto, todo estro es necesario si los priístas quieren hacer cambios de verdad y no como suelen hacer, que, al estilo del príncipe Salina, cambian todo para que todo permanezca igual. Es hora de hacer a un lado la tradición gatopardista del PRI.

Es hora de la palabra.

TRES COMENTARIOS AL MARGEN

1.- Antonio Ramos salido y Herrera trató de marcar una sana distancia entre él y Carlos Vázquez Oldenbourg. Demasiado tarde y demasiado mal hecho el intento. Anunció también que no tomaría la regiduría si ésta le impedía competir nuevamente en el 2003 por la presidencia municipal.

En realidad, lo que muestra es una clara voluntad de no acatar el mandato ciudadano de hacerlo regidor plurinominal. Así de fácil.

Tampoco dijo si se mantendría una alianza entre minipartidos como base de su proyecto, aunque dejó entrever que podrían impulsar un partido local.

Un amigo me dijo que tal vez este vale desea ser el próximo candidato a la presidencia pero ahora postulado por el PAN. Nunca he presumido de zahorín, pero mi cuate sí es bueno para los augurios. Y Ramos Salido ya demostró que, a imagen y semejanza de su jefe político CVO, la convicción partidista no es su fuerte. Al tiempo.

2.- No comparto la tesis de Carlos Ramírez. No creo que haya muchos priístas. Así sean los abyectos entre los abyectos, que estén dispuestos a tolerar que Ernesto Zedillo y Ponce de León logre erigirse como el neogerente del PRI a partir del uno de diciembre de este año.

3.- ."Habría que añadir dos derechos a la lista de derechos del hombre: el derecho al desorden y el derecho a marcharse." Charles Baudelaire.

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